Si se tuviera una pequeñísima noción
del tiempo de vida que nos va a tocar vivir, otro gallo cantaría. Porque cuando
se nace, la distancia entre la vida y el fin de esta es abismal, no existe. Y después,
cuando comenzamos a crecer, son tantos los acontecimientos, son tantas las
esperanzas y las trampas que la idea del fin no va acorde al empuje de la vida.
De esa forma o por eso, se malgasta. Aunque yo pienso que esta palabra es
relativa. Malgastar en algo, puede tener muchas interpretaciones. Lo que para mi
puede generar un placer infinito, para otro seria un suplicio. Llévenme, por
ejemplo al flamante stadium de los Marlins a ver un juego. No importa contra
cual equipo. Sería una tortura. Me sentiría como un alienígena entre esa
muchedumbre que grita hasta perder las cuerdas vocales. Para muchos de esos que
están viendo el juego me tomarían como un perdedor, si me ven leyendo La
inmortalidad de Kundera, por ejemplo. Así es en todo. Pero si es
verdad, que a pesar de las diferencias, existen cosas generales por las que
perdemos nuestro tiempo y que son irrecuperables. Con la familia es una
de ellas. ¿Cuanto tiempo malgastamos cuando se hiere, se discute, con las
personas que uno ama? Como se pierde el tiempo cuando ponemos distancia. Porque
la peor distancia es la que está a centímetros de ti. Continuamos un día detrás
del otro posponiendo a veces lo que es verdaderamente genuino por cosas
perecederas, sin raíces y sin una verdadera importancia. El tiempo, como casi
todo, es relativo. Si pudiéramos usar el nuestro solo en lo que queremos
realmente, todo seria más llevadero. Pero se interponen siempre cosas que hacen
los momentos más complejos y difíciles. De todas formas, esto es lo que hay, o
lo tomas o lo dejas, tú decides con el tuyo.
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