Saturday, February 16, 2013

El barrio: Dulce



Cuando la recuerdo, lo primero que viene a mi memoria es una pequeña botella de perfume, con la forma de la Torre Eiffel. Después son sus manos, aquellos dedos largos, interminables, con olor a cigarro, que acariciaban suavemente, como si se posaran sobre una superficie muy frágil que se quebraría al menor descuido. Aquella tarde me invitó a ir con ella. Había siempre un misterio, algo que no se decía en todos sus actos. Entramos por un pasillo, al lado del Ciro Frías, y cuando llegó a la puerta, sacó una llave de la cartera y la abrió. Dentro estaba aquel hombre, acostado en una cama que ocupaba casi la totalidad de la pequeña habitación.  Comenzaron a hablar en susurro, y yo me dediqué a mirarlo todo a mí alrededor. Sobre una pequeña cómoda, entre varios portarretratos con fotos de una niña y una Virgen de la Caridad, estaba la torre de cristal. Dulce discutía en voz baja con el hombre. Después le tiró la llave a la cara, me tomó de la mano y salimos de allí, casi corriendo. No entendía por qué ella lloraba, pero creí que lo mejor sería el silencio. Al rato ya reía mientras le gritábamos al viento: ¿qué pinga es la que te singa? Y ella reía y me decía, una vez más: ¿qué pinga es la que te singa? Y yo estaba contento de verla que ya no lloraba, y se reía y gritaba y me llevaba de la mano. Algunas noches me invitaba a dormir con ella. Cuando creía que estaba dormido, se abrazaba a mi espalda y sentía su aliento en mi cuello y era tibio y bueno. Me contaba de sus amantes y se reía de ellos, y yo reía también y cantábamos canciones de Julio Iglesias que la ponían muy triste. Una de esas tardes que sin nada especial se tornan imborrables, hicimos mayonesa. La ayudaba con los huevos mientras echaba el aceite poco a poco y a la vez aguantaba la batidora, porque se estremecía y se iba corriendo por la meseta. Tengo un recuerdo que se disfuma entre un sueño o algo que sucedió realmente: es una cueva muy grande que termina en un río; justo en la orilla, un bote de remos volteado e inservible, cubierto de un musgo verde y húmedo. Muy cerca, un inmenso cocodrilo dormitaba. Dulce y yo estamos dentro de esa cueva y siento una tranquilidad como nunca antes en otro lugar. No hablamos, solo miramos alrededor nuestro. Hay silencio en el sonido del agua deslizándose. Tuvo una hija que nació un día de mi cumpleaños. La fui a ver al hospital con un amigo de la escuela. Cuando llegamos, tenía la niña cargada y me pidió que me acercara a verla. El bebé parecía un gatico albino, arrugado y feo. Ella lo acariciaba suavemente y yo miraba sus dedos rozando aquella piel que parecía irreal, y de alguna manera supe que ya no me tocarían más. Después, no recuerdo cuándo, se ahorcó. Rompieron la puerta del baño para sacarla ante las miradas curiosas del barrio reunido frente a la casa. ¿Qué pinga es la que te singa?, repite, mientras ríe, cuando la recuerdo.

1 comment:

  1. Los recuerdos de antaño están dentro de nuestra piel, y algunos cuestan trabajo sacarlos. Así parece esta narración, como la otra de Dulce. Parecen salir, calientes aún, de lo profundo del corazón.

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