Saturday, May 4, 2013

Hitchens y yo


                                                                                    Para Sara Calvo.

Cuando tenía 19, en el año 1968, Christopher Hitchens viajo a Cuba para trabajar en un campamento agrícola junto a muchos otros jóvenes marxistas de todo el mundo. Cuenta que le pidieron el pasaporte al llegar al aeropuerto José Martí y después de los grandilocuentes discursos de bienvenida y vasos de mojitos, lo reclamó,  y  le contestaron que ellos cuidarían de él durante su estadía. Fue su primer estremecimiento. Una tarde en el campamento, después de trabajar, escuchar las arengas  reglamentarias y las discusiones reguladas, decidió ir por si solo al pueblo más cercano a conocer al cubano de a pie. Cuando lo vieron alejarse del perímetro establecido, casi lo linchan. Y mientras tanto, la Unión Soviética invadía Checoslovaquia y el estaba ausente de esas noticias. Una noche, Santiago Álvarez fue a dar una charla sobre cine y cuando Hitchens pregunto por las libertades o restricciones que tenia para su arte, el director respondió que disfrutaba de toda  libertad... claro, dijo, no sería aceptado ni bien visto algún ataque o sátira hacia el Líder de la Revolución. Y así, más o menos a ese nivel, fue relacionándose codo a codo con la famosa y mundialmente conocida  revolución cubana. Ahora que soy casi un viejo y he vivido tanto en el monstruo  y disfruto y sufro sus entrañas, me ha dado por pensar en cosas que no tienen remedio. Por ejemplo, creo que si en aquella época del 68, yo hubiera sido un joven ingles, estudiante de una de las más prestigiosas universidades del mundo, pletórico de comer fish and chips cuando lo desee, escuchando a Bob Dylan y discutiendo con prestigiosos catedráticos sobre la injusticia de los imperios y peleando con la policía a cada rato; hubiera sido marxista. Lucharía por los derechos del trabajador, en busca del "hombre nuevo" con el mismo ímpetu que gasto Ponce de León para encontrar La fuente de la eterna juventud.  Hubiera apoyado a Cuba en su lucha contra los Estados Unidos,  cantaría canciones de Víctor Jara, protestaría frente a las embajadas estadounidenses y le hubiera gritado asesino al presidente de turno por su guerra con Vietnam. Me comería dos bistecs con papa asada acompañados por  una botella de vino para calentarme y después  correría a ver el último estreno, aquel  film de la nueva ola francesa. Más tarde,  en el metro, conocería  a una bellísima muchacha también progresista ( por supuesto ) y en un café con la vista del  Big Ben reflejándose en las aguas del Támesis,  quedaríamos de ir a mi humilde apartamento cerca de Picadilli para hacer el amor entre libros y marihuana. Todo esto lo he pensado, pero también recuerdo que nací en Cuba y siempre me dijeron  que los hermanos soviéticos no invadieron Polonia, la liberaron más bien del yugo que la tenia sometida y recuerdo que  comerme un bistec era casi como leer un cuento de Ray Bradbury, que uno decía: tremendo cuento este, pero que paquete!; mientras de la ínfima ración de arroz que nos tocaba al mes, dábamos una parte a un país africano ( cualquiera, eso no era lo importante ) para paliar el hambre de los hermanos oprimidos. También recuerdo que para hacer el amor  teníamos que escondernos en un matorral, o cualquier rincón donde rápidamente saciarnos porque nunca tuve un lugar para mi, ni tampoco una verdadera cama. Recuerdo esas cosas y sigo recordando otras y otras y serian recuerdos interminables;  por eso es que digo: si yo hubiera sido ingles como Hitchens...

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