Saturday, October 26, 2013

Desechos


Escribí algo que después de leerlo y releerlo, lo he apartado. No lo borré, quedó dentro de un file en mi teléfono, porque algunas cosas podrían ser rescatables.
Saber desechar, borrar, tirar, es importante. Pero no solo en la escritura, hay que saber hacerlo a todo nivel.
Hay que aligerar el paso, arrojar fardos inútiles que pesan, que cansan, que debilitan.
Si yo fuera dueño de mi casa, si tuviera solo un mínimo poder sobre algo que habite en ella, alquilaría un camión, lo aparcaría de culo hacia la puerta de entrada y por ella sacaría el noventa por ciento de todo lo que tengo.
Botaría todo: de las veinte cazuelas, dejaría una o dos, descolgaría cuadros, quitaría fotografías, regalaría libros, las ánforas griegas, las reproducciones mayas, los jarrones, los cepillos, los papeles acumulados, los zapatos que no me pongo, las almohadas, los calzoncillos de rayas, la espantosa novela que escribí a máquina, las piedras traídas del Mediterráneo, la jarra que robé en una cafetería de NY, la reproducción de Lam, los libros dedicados a mí, los de Reinaldo, las figuritas plásticas de los Beatles, la linterna que cargo en mi mochila, las cartas que hace años tiré a la basura, la colección de fotos de mujeres desnudas, el pequeño reloj que marca la hora de mi nacimiento, el cráneo del animal que no reconozco, los libros sobre Cuba, el disco de Serrat, los relojes rotos, mis fotos de niño, las máscaras africanas, la ventana tallada y comprada en New Orleans, los poemas malogrados.
Los convertiría en desechos, objetos arrancados, truncos.
Quedaría ligero, sin ancla, liberado, sin nada a qué aferrarme, y cuando solo quedara un espacio, un minúsculo lugar junto a ellos, entraría allí, en silencio, con los ojos cerrados, y bajaría la puerta.


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