Saturday, October 5, 2013

Mientras veo la Luna


Si comenzara este escrito diciendo: de pronto vi la Luna colgada del firmamento, rodeada de estrellas y luceros, tan hermosa y señorial, tan... Bueno, basta. Si comenzara alguna vez algo de lo que escribo de esa manera, sería porque la senilidad ya me habría visitado y se hubiera quedado a vivir conmigo. 
Pero sí, vi a  la luna. Iba manejando hacia la estación del tren y estaba allí, separada del chato paisaje de esta ciudad, separada de todo lo que me preocupa, mostrándose única y lejana, como las cosas hermosas e intocables.
Y de una forma casi imposible de explicar (a veces es mejor no explicar nada) su imagen se mezcló con recuerdos que con el tiempo han tomado formas confusas y caprichosas. En todos esos recuerdos están la soledad y un silencio que los rodea.
La soledad y el silencio. No es la primera vez que hablo de esto, pero me son tan escasos que siento la necesidad de rescatarlos, aunque sea de esta forma inútil con la que trato de hacer perdurar lo que me persigue.
Ahora mismo, mientras que sentado en el tren, tecleo todo esto en mí teléfono, la horda que me rodea, grita, se contorsiona, discute. Hablan de algún deporte que siguen y disfrutan. Tengo que poner a prueba el adiestramiento que día a día practico por una razón de supervivencia.
Me esfuerzo por aislarme, no escuchar, no ver. Es difícil. La mayoría de las veces no lo logro. La mayoría de las veces el grupo es arrollador, agotador, abrumador, y casi todo lo que termina con or.
Interrumpo este escrito para llamar a la casa. Despierto a mi mujer. Me responde con la voz del sueño interrumpido. Es la hora, le digo, cuídate.
No regreso inmediatamente a escribir. Pienso en el tiempo que llevamos juntos y que lo abarca casi todo. Necesitamos un espacio para nosotros. Ir a un lugar tranquilo, apartado de cualquier ciudad, y tomar helados, visitar un cementerio, hacer fotos de pájaros, estar cerca del mar, porque solo el agua puede crear una aparente tranquilidad; alejados de museos, de librerías, mirando las piedras, un jardín, leyendo los letreros, riéndonos.  Si, necesitamos un poco de todo eso ella y yo. Sin la casa, sin las niñas, sin los carros, sin los pagos, sin internet, sin un libro, sin trabajo, sin cocina, sin llamadas, sin los gatos, sin los rencores, sin hermanos, sin el control remoto, sin las gasolineras, sin el periódico, sin café cubano, sin miedos.
El tren llega a Cypress Creek. Me bajo. Vuelvo a ver la Luna. Yo no le importo absolutamente nada. Inmensa, despectiva, me demuestra lo pequeño que soy, lo ridículo que puedo ser,  mientras  corro a alcanzar el van que me llevará al trabajo.



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