Ahora
que me voy poniendo viejo de una manera acelerada soy más paranoico e
hipocondríaco que antes. Hace años vi una película de esas espantosas y que a
mí me encantan; en una de las truculentas escenas, una mujer está frente al
espejo maquillándose y distraídamente se toca una pequeña protuberancia en la
mejilla. Continúa arreglándose, pero se le enrojece y comienza a crecerle un
grano de aspecto desagradable. Trata de apretarlo y de aquel pequeño hueco sale
un insecto. No es más que un recurso usado hasta el cansancio, pero (y aquí es
donde comienza mi película personal) a mí me ha salido también en la mejilla
una pequeña carnosidad que cuando la toco la siento dura y... por favor, no
piensen que deliro; le he visto pequeñas patas cubiertas de pelos que luchan
por salir. Entonces, ¿estoy loco, esquizofrénico, esclerótico? Nada de eso. Soy
una persona cuerda, quizás con cierto
grado de paranoia, no lo voy a negar. Esa cosa que tengo en la cara para
los demás no es más que una verruga, producto de alguna infección de la piel y
la edad. Está bien, vamos a creerlo, no lo discuto. Ni siquiera protesté cuando
Mariana me dijo que Serrat tenía algunas y se veía muy bien, y que Robert De
Niro las llevaba y era un hombre muy atractivo. Yo, tranquiloquieto, como me
dijo un dominicano. La miré como si observara la fotografía de una lavadora de
platos en un periódico de especiales del domingo y no demostré nada, porque ya
conozco su trampa. En algunas ocasiones que he
tenido algo en la cabeza dándome vueltas, molestándome, y aún con mi
silencio absoluto sobre el tema, de repente, como si leyera dentro de mí, me ha
dicho: chico, a ti lo que te pasa es
esto y esto y esto... y lo descubre todo. Uno tiene que ir con cuidado, porque
la familia es muy poderosa, y si me ponen el cartelito de loco, loco me
volveré. Sigo como si todo estuviera bien, dejo ir a Rosy a la piscina con sus
amigas, converso con Nani de las aventuras de Carnito, su tigre imaginario, y
me siento con Nataly a ver "películas malas", o sea, de puñaladas,
cabezas volando por los aires, una mano atravesada por un hierro, etc., que son
unas delicias, y nos gustan a los dos mientras los demás en la casa huyen
despavoridos para no verlas. Sigo
normal, nadie sospecha de mis terrores, y sigilosamente me levanto de
madrugada, que es el momento perfecto, y voy al baño a mirarme en el espejo.
Algunas veces no lo veo, solo es esa pequeña y desagradable cosa negruzca,
hasta que comienzo a tocarla, casi acariciándola. Al cabo de dos o tres minutos
el bicho empieza a salir. ¡No, que no estoy loco, coño! Saca la cabeza y es como una mosca, pero de
un color amarillo transparente. Lo más impactante son las alas, de un azul
perlado con varios tonos e intensidades. Sale, roza mis dedos, camina por toda
la cara y vuela alrededor del baño. La miro con una mezcla de estupor y miedo,
porque creo que tiene una inteligencia muy sutil. Ella y yo, por uno o dos
minutos, nos comprendemos mutuamente, y no sé si sabe lo que estoy pensando, o
es que yo sé lo que ella piensa, y ninguna de las dos nociones son muy
placenteras. Después de mirarnos
fijamente a los ojos, se suicida: vuela en picada como si fuera un kamikaze y
se lanza furiosamente hacia las profundas aguas del inodoro. Movido por un reflejo que es ajeno a mi
voluntad, halo la cadena y la observo hasta que se pierde en el remolino de
agua. Estoy convencido que la próxima noche se repetirá la misma historia, y
otro bicho saldrá de mí como un ser conocido que desaparece sin ninguna
despedida. Volveré a la cama sin hacer ningún ruido, como si solo hubiera ido a
orinar. Tengo que tener mucho cuidado, porque si me descubren van a pensar lo
que no es, y eso es muy peligroso.
Sunday, June 30, 2013
Resumen de noticias
Una ley en el estado de la Florida permite usar un arma contra alguien si se siente o está ante una amenaza de muerte. Esa es la base de la defensa de George Zimmerman en la muerte de Trayvon Martin cuando caminaba por un barrio con un paquete de caramelos en la mano. El hecho de que un hombre porte un arma para supuestamente cuidar de una vecindad sin estar nombrado o contratado para ello me parece una aberración. Ya veremos en qué acaba todo esto, sobre todo con la nueva estrella del momento (Rachel Jeantel) que con sus respuestas subnormales le está dando un giro de feria televisada a este caso.
La Corte Suprema determinó que las personas del mismo sexo casadas legalmente deberían tener los mismos derechos federales que los heterosexuales. El mundo cambia, y sentirme inmerso en esos vertiginosos cambios me produce una íntima satisfacción. Me parece magistral que cada día los gobiernos se vayan separando de la nefasta, hipócrita y obsoleta iglesia. Que el Vaticano continúe con su obstinación. Los demás, a otra cosa.
El jugador de los Patriots de Nueva Inglaterra, Aaron Hernández, fue acusado de asesinato. Dos mezclas incendiarias: testosterona e imbecilidad. Porque se tiene que ser muy estúpido para tener juventud, tanto dinero, una brillante carrera en lo que le gusta hacer, tanta vida, y sacar una pistola y matar. Tirar todo a la basura.
El gobernador Marco Rubio declaró que la Ley de Ajuste Cubano debía volver a examinarse. No voy a discutir si dicha ley ha pasado a ser algo caduco por la sencilla razón que los cubanos ahora entran y salen de Cuba más o menos normalmente. Pero Marco Rubio es un personaje que no me va, no me cuadra. Lo miro y veo al muchachito bien puesto, bueno, de esos que siguen la flecha sin desviarse del camino, y a mí no me gusta ese tipo de personas que dan una imagen de correcto y de lo mejor de cada casa. No me gusta Marco Rubio.
Edward Snowden, el informático (o hacker) estadounidense acusado de espionaje sigue estancado en la zona de tránsito de un aeropuerto de Moscú esperando por el asilo que pidió a Ecuador. Hay cosas que pasan que me dejan un escozor extraño. Me sucede cuando apoyo una cosa y la contraparte me resulta congruente, lógica. No sé muy bien o mi información es demasiado austera, pero creo que debe de haber una transparencia en los tejemanejes de los gobiernos, y que se debe de tener total acceso a estar informado y que no nos engañen. Hasta ahí. Pero de la misma forma que creo y apoyo la libre expresión y la libertad absoluta de movimientos, también entiendo que algunas cosas no se tienen que divulgar. Para todo existe un límite. Si este muchacho se introduce en algunos secretos de este país y los saca a la luz y después corre como hizo el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, a refugiarse debajo del sayón de Rafael Correa, me deja un tufo desagradable. Es muy simple: si estás demostrando que nos engañan, no te escondas en la chistera del gran prestidigitador. Si te atreviste a gritar, ahora te toca afrontar las consecuencias. Y tambien el gobierno debe de dar la cara.
Sunday, June 23, 2013
El barrio: La casa de Argentina
El pasillo era largo y estrecho. A un lado el
muro de paredes pulidas, por donde rozaba los dedos sintiendo el frio del
cemento, al otro, la cerca desvencijada con las enredaderas de espinas. Allá, al final, la pequeña casa de Argentina.
Me acercaba sintiendo el olor a un tenue perfume de frutas. La puerta siempre abierta mostraba una sala
que parecía una muestra de algún museo; estática, perfectamente limpia, los dos
sillones en su lugar eterno, la mesita, y sobre ella dos estilizadas geishas
con sus sombrillas rojas, y el televisor adornado con sendos perritos de loza
en blanco y negro. El jarrón con flores de tela y la foto color sepia de una
hermosa mujer parada al lado de una columna romana. Iba casi todas las tardes a
pedir hielo. Nunca dejé de sentir
vergüenza ante el hecho de buscar siempre de lo mismo, pero ella parecía no
importarle. Abría el antiguo refrigerador y yo observaba los frascos de cristal
ordenados por sus diferentes tamaños, la jarra roja de metal, un plato cubierto
por un paño blanco, varias botellas.
Sentía deseos de acercarme y de tocar aquellas cosas que eran tan diferentes a
lo que estaba acostumbrado. Esperaba de pie en la puerta de la cocina a que
ella remojara la tártara de hielo y con un movimiento brusco, halara la palanca
hacia arriba hasta que los cubos se
separaban. Después los dejaba caer en la lata vieja y abollada que llevaba.
Gracias, Argentina, era mi despedida aquellas tardes y me alejaba rozando,
acariciando el muro y sintiendo el frio y el olor a frutas.
Pero aquella tarde fue diferente. Cuando ya me
iba me pidió que me sentara en la mesa.
─ ¿Te gusta el flan con coco? ─ me dijo.
─ Nunca lo he comido.
Abrió otra vez el refrigerador y sacó un flan que
temblaba, húmedo. Cortó un pedazo, después encima lo cubrió de dulce de coco y
me lo puso delante con una pequeña cuchara.
─Come ─ dijo.
Corté un pedazo y cuando entró en mi boca sentí
un sabor que parecía el Paraíso.
─ ¡Qué rico, Argentina!
─ Come, come.
Y comí aquella tarde en su casa.
Nicolas
Trato de reírme con algunas cosas que parecen muy
serias. Conozco a varias personas que son serias, que escriben serios, se toman
el café de una seria manera, se lavan los dientes y no hacen muecas en el
espejo, debe ser estresante. Es verdad, no es broma. No entiendo cómo es que no
se cansan. Imagino que cuando llegan a la cama, después de un día tan gris
estarán muy cansados. Por ejemplo, el
presidente de Venezuela es un hombre serio. Aunque a veces quiera demostrar lo
contrario, todo en el es de alguna manera hiperbólico, importante,
definitivo, como si siempre
caminara cuesta arriba. Yo
comprendo al pobre hombre y debo confesar que en algunas ocasiones me resulta hasta simpático. Es un tipo
medio bobalicón y como dirían en mi país un poco bitongo, pero no deja de
parecerme como esos gorditos tristes, siempre serios, que
son el trajín de la escuela. El otro, Capriles, es trágico, se le ve en la
cara, pero no es de él sobre quien quiero hablar. Nicolás
es un hombre de convicciones profundas, como si llegara de un monasterio
o de las filas de los Boy Scouts y como no viene de ninguna de las dos, lleva
el mensaje de su antiguo maestro al que guarda respeto y gratitud por el puesto
conseguido con la sombra surrealista de
su temprana muerte. La cara que tenía en la fotografía que le tomaron en Cuba
cargando una virgen que le llevaba al Comandante en el hospital no tiene desperdicio. Yo la vi
y me dije: he aquí un hombre de ideas y profundo pensamiento. Después, cuando el pajarito le cantó, sentí ternura
por él, simpatía por el sentido poético que le da a las cosas simples. Creo que es excelente que el pajarito le de
fuerzas para continuar su seria e importante labor. No se puede negar que a un
presidente lo aliente una pequeña ave es lo mas poético que ha existido hasta ahora en política. Yo le
aconsejaría que no se tome las cosas muy a pecho. Que siga ahí y aproveche si
lo invitan a Francia o a Brasil, que se
entreviste con el nuevo Papa si total,
no se tiene que coger demasiada lucha. Que grite el pueblo, en apoyo o en
abucheos, el sabe lo que hace. Se lo indica el pajarito para el bien de
Venezuela.
Saturday, June 22, 2013
El gallinero
Reviso apuntes viejos, cosas escritas hace ya un
buen tiempo y todas tienen en común la melancolía desmesurada. Algunas chorrean
una mermelada espesa que se derrama lentamente hacia abajo. Me alegro al leerlas y saberlas inservibles y
avejentadas. Es inútil luchar por
desprenderse de todo, pero hay que buscar la forma de ir acomodando la
basura para seguir sin que te desmorones
y caigas en el hueco profundo de la locura. Un día decidí que había llegado al
límite de poder soportarme. Agarre toda esa mescolanza innecesaria que
revolotea en mi cabeza y la puse a buen recaudo en otro lugar. Sé donde están,
porque no puedo hacer borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada, pero las tengo bien guardadas. A veces entro
a buscar y es como penetrar en un enorme
gallinero y escoger al azar cual de los bichos que allí habitan se convertirá en el fricase de la tarde.
Vuelan alrededor mío haciendo piruetas,
gritando palabras conocidas, tentándome
y huyendo cuando trato de atraparlas. Es mejor si puedo
ir dejando poco a poco olvidado lo que me golpea
y vivir el hoy y si llego a
mañana, pues entonces, aprovechar.
Cada cierto tiempo abro la puerta
del gallinero y lanzo hacia adentro
lo que me persigue
insistentemente. Ahora que reviso lo que he escrito, creo que nombrar
gallinero a ese lugar imaginario es un poco forzado o no describe realmente lo
que quiero decir, pero tiene una oculta relación con mi niñez. Tenía más o
menos diez años de edad o tal vez once y me pasaba toda una semana en una granja
de presos de mínima seguridad en Pinar
del Rio, visitando a mi padre, que cumplía una sentencia de varios años y era el cocinero de aquel lugar. En el
centro, el barracón donde dormían los hombres, al lado el comedor y detrás un
enorme gallinero casi tan grande como las otras construcciones. Cientos de
gallinas vivían allí y un día entramos a agarrar algunas para la comida. Aquel
preso colecciono pedazos de palos, piedras y entramos. Las aves corrían
desesperadas de un lugar a otro y el cacareo y el batir de las alas
ensordecían. Vi como agarro un pedazo de tronco y lo lanzo con extrema
fuerza a un grupo. Huyeron todas,
dejando a dos de ellas retorciéndose en el suelo, heridas de muerte. Después me
insto a que hiciera lo mismo y lancé mi proyectil. Una gallina quedo boqueando,
tratando de respirar aire inútilmente.
Sentí rabia, porque la melancolía estaba a mis pies, herida.
El estudio
No recuerdo donde leí que un grupo de estudiosos (de esos que todo lo que dicen está bien dicho y para colmo le pagan por ello) llegaron a la conclusión después de exhaustivos años de trabajo y esfuerzos, de que todo en este mundo es una mierda. Bueno, si ellos lo dicen... Yo pensaba casi lo mismo y sin estudiarlo mucho. No, no, no piensen que pretendo compararme con esos eruditos; ¡para nada! Pero modestamente, quiero decir, que ya me imaginaba que las cosas no iban por muy buen camino. Ellos se sentaron en oficinas muy bien iluminadas, bonitas, vamos a poner un ventanal de cristal transparente donde se disfruta con la hermosa vista de la ciudad, y frente a las más modernas computadoras y tazas de cafés, escuchando la música deseada, analizaron, llevaron rigurosas encuestas electrónicas, compararon datos, fechas, países, tipos de gente, costumbres, razas, arte, guerras, trabajos, muertes, delincuencias, calorías, diversiones, coeficientes de inteligencia y al terminar anunciaron: señores, no tenemos buenas noticias para darles, llegamos por fin a una conclusión lapidaria, debastadora: ¡todo es una gran porquería!. Y así lo publican los grandes periódicos del globo terráqueo, es el tema de conversación de los intelectuales (los más refinados, porque los otros siguen hablando de cómo le entra el agua al coco o si llegó primero el huevo o la gallina); se escucha en la radio, se copian las frases en Twitters, en Facebook y en otros lugares aún más aburridos. O sea, que el mundo ahora si está consciente de lo que muchos sospechábamos. Todo es una basura. ¿Y ahora qué? ¿Que me dirá mi mujer cuando le muestre esa noticia y le diga: viste que no soy tan comemierda como tú dices? De solo pensar la cara que va a poner me entran ganas de orinar. Y yo hago un paréntesis y me pregunto: ¿pero nadie se acuerda del gran Enrique Santos Discépolo y su imperecedero Cambalache? Porque ya lo dijo él hace tiempo entre los gemidos del bandoneón y una nube de humo promisoria: "que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... En el quinientos seis y en el dos mil también"...Eso no me lo tenía que decir nadie. Solo con mirar a mí alrededor tengo suficiente. Lo veo en todos lados, en las noticias, cuando me toca pagar la casa, si llamo al mecánico del carro, cuando entro a mi trabajo todas las mañanas, esperando el tren, en la caja del supermercado, cuando palpo la miseria humana, cuando explotan las bombas. No es noticia. El famoso estudio no sirvió para nada. ¡Que el tango continue!
Sunday, June 16, 2013
Vacaciones
Uno se levanta y
mira hacia arriba y siente que a veces vale la pena aunque haya dicho eso
tantas veces que ya no tiene una consistencia real. Mira y ve ese color azul y
siente el olor y hasta las nubes están ahí y eso es bueno. Se hace bueno de
repente, y no se sabe el por qué. Como fue bueno ir por la carretera y ver el
mar y los manglares y bajar la ventanilla. Porque a veces esas cosas son
buenas, y uno se pregunta o no se pregunta nada, y así es mejor. Después de
viejo estoy descubriendo a Bukoswski. Es extraño. Pareciera que hace mucho
tiempo siento un poco como él, y eso me deja con una sensación de pérdida
conocida, casi familiar. Hoy es mi último día de vacaciones. El lunes comienzo
otra vez a trabajar. Esta semana me he separado de casi todo. No leo nada, no
entro a Facebook, y cuando lo hice fue tanto el cansancio, que cerré y hui. El
sol y el mar son más interesantes, y los pájaros y las iguanas y las calles
vendiendo cosas inútiles y t-shirts con mensajes semi pornos. Llegamos a una
pequeña playa salvaje. Unas piedras blancas como leche hervida y la arena
amarilla y gruesa. Entre los manglares los mosquitos me atacaron como bestias terribles que son y tomaron de mí lo que les dio la gana. Qué placer era
matarlos, apurruñarlos sobre mi piel y ver las manchas de sangre de esos hijos
de putas. Era bueno el mar allí. Fue bueno caminar en el agua y llegar a los
manglares y ver los cangrejos huir. También mirar a los muchachos reír y gritar
y mojarse. Era bueno eso, como hoy el cielo tan limpio, porque cuando uno se
está poniendo viejo ve esas cosas y dice bajito casi sin escucharse: coño, qué
poco tiempo para esto. Después los colores y las maderas podridas y las trampas
para langostas y los botes y las banderas con caracoles, con los colores del
arcoíris que ahora son de los maricones, las cervezas y el calor. El antiguo
puente que recuerda al viejo ferrocarril, el mar allá abajo, y la muchacha con
la piel tan suave, y mis ojos. Vale la pena, me digo, y como papitas, y destapo
un refresco y no pienso ni en el banco ni en la casa ni en mi
madre. Entro al mar y es frío al principio y después ya no tanto. Agarro a una
de las niñas por la cintura y la levanto en el aire y ríe y la lanzo. Los
castillos de arena que hago dan pena. Pero llevamos palas de colores, cubos y
tratamos todos sin poder. La noche con
otro olor. A veces miro eso. Otras no veo nada. Hoy sí.
Friday, June 7, 2013
La fiesta
La fiesta siempre termina. Es la sensación con
la que vivimos y nos amolda, aún sin tener conciencia exacta de ello. Pero
ahora, imaginemos otra gran fiesta, suntuosa, llena de colorido,
risas, alegrías, amistades y gente linda. Imaginémonos inmersos en ella. Me
parece maravilloso. Sería el sueño perfecto, el maná que se vertió sobre
nosotros. Entonces observemos otro
detalle: en la invitación, con letras muy pequeñas están escritas estas
palabras: llame para confirmar su asistencia y aceptar que nunca, por todo el
tiempo que existe, usted saldrá de ella.
Usted vivirá para siempre en nuestra fiesta. ¿Imaginaron lo que
sentiríamos? ¿Llamaríamos para
confirmar y estaríamos desde ese instante, eternamente, en la
fiesta? ¿La idea de la fiesta sin fin? Sería terrible. Saber que no voy a terminar
nunca quitaría todo peso a la carga que ahora (por llamarlo de alguna forma)
voy a llamar vida. La conciencia de lo perecedero está asimilada en nosotros
como el hecho de respirar. Solo por eso las cosas pasan a diferentes niveles y
planos existenciales. Aunque a pesar de eso (o por eso) el hombre sueña y desea
no morir, vivir eternamente. La religión se apresuró para darnos la esperanza
de una vida eterna. ¿Realmente una vida eterna?
¿No tenemos que morir primero? Por supuesto, no podrían tentarnos con el
conocimiento de esta porque vivimos, como dije antes, con la convicción de que
perecemos. Entonces, ¡voila!, aquí entra la fiesta, la eterna, la soñada. Miremos las letras pequeñitas:
¿qué dicen? Ya todos sabemos lo que dirán y exigirán de nosotros esas
aparentemente ingenuas palabras. Entonces, concluyendo; en la fiesta que si terminará,
en la que estamos, es en la única donde podemos bailar, si bailar
podemos, o mirar y tomar, o estarnos sentados moviendo los pies al ritmo que
nos tocan. Todo lo demás es sueño.
Tuesday, June 4, 2013
Arte
¿Lee usted el
periódico? Esta es una de las preguntas que me gustaría hacerle a una persona
escogida al azar. Ahora te pregunto, lector: ¿lo lees tú? Porque yo sí;
es como un mal vicio que se quisiera erradicar pero no se consigue. Con una
rápida mirada a la primera página y sus titulares ya sé lo que me espera. Muy
aburrido me tienen Maduro y todas las miserias de ese país. El Medio Oriente:
bombas hoy, carros bombas mañana, muertos, más muertos. Las boletas ausentes de
Miami. Pero esta ciudad sí que es un caso aparte, es alucinante en muchos
aspectos, pero sobre todo tercermundista, bananera, incongruente. Los políticos
han dejado de darme asco y me producen estupor. Escucho sus razonamientos y no
puedo pensar lógicamente. Es como ver a Paulina Rubio dirigiendo la ciudad. Lo
ideal sería renunciar a leer el periódico. Pero lleguemos a donde quería: un
pequeño artículo que habla del arte contemporáneo muy superficialmente, pero
sobre todo de dos integrantes de la generación de los Young British Artists. Uno
de ellos es Damien Hirts, quien se dedica en sus exposiciones a poner vacas en
formol, animales cortados a la mitad, bichos pudriéndose en cajones de cristal,
etc. Y también de Tracy Emin, que parece que su obra más poética es una cama
desordenada, rodeada de todo tipo de deshechos acumulados en varias noches de
insomnio, incluyendo un preservativo usado. Ahora, esta misma artista tiene en
otra exposición un poste de 11 metros con un pájaro posado arriba. ¿Qué podría
decir cuando observo estas obras de arte? No quisiera hacer la misma
pregunta de muchos que si es o no es arte. Pero, ¿lo es? En mi modesta opinión,
sí. Veamos: ¿y son grandes obras de arte? Pienso que no. Pero también al
afirmar (sin ninguna base o estudio que me respalde), no dejo de analizar si
estoy o no equivocado. Es difícil desprenderme de los cánones que han regido mi
precaria educación cuando admiro o desprecio una supuesta obra de arte. Por
ejemplo: entre las piezas más preciadas de mi colección tengo una talla de la
cultura Maya, la cual me parece de una belleza y fuerza extraordinarias.
Para mi madre es un negro bembón que está muy molesto. Por supuesto que
su opinión no le restaría ni un ápice a lo magnifico de esa obra, pero ilustra
(a mi modo de ver) las diferentes miradas hacia un mismo objeto. Si comparo la
desastrosa cama de Emin con El pensador de Rodin, doy por hecho que no hay que
dar explicaciones. Pero vamos a sentarnos un momento y tratar de desprendernos
de todo lo establecido: La cama es una obra y El pensador, otra. ¿Que una es
superior? ¡Por supuesto! ¿Que una es el arte en su mayor expresión
y el otro es la utilización de lo cotidiano sin nada más que decir?
Bueno, aunque sin ningún titubeo me declaro por una de ellas, no dejo de
mirar a la otra con la convicción de que algo me dijo. Me costaría mucho
trabajo menospreciar el arte, aun cuando no todo sea de mi agrado. Los ejemplos
serían interminables. Bueno, ¿y el poste con el pajarraco arriba?
Míralo, vuelve a mirarlo, y sonríe. Eso es todo. Hay que tomarlo con calma.
Si esto lo hubiera escrito cuando era muy joven, tendría ira, convicciones,
apoyo incondicional. Ahora solo buscaría un banco y observaría, tranquilamente,
al pájaro en su poste, la cama distendida, y soñaría con El pensador, allá en
París...
Sunday, June 2, 2013
Terrores
Soy una
persona contradictoria. Me complico con cosas que no valen la pena y les doy
dimensiones inverosímiles e innecesarias. Ayer en la tarde, para poner un ejemplo, escribí algo en Facebook (una
tontería irrelevante). En lo que
redacté estaba la palabra
"sirvo". Subí al tren y pude terminar las últimas cinco páginas que
me faltaban del libro que estaba leyendo. Me asaltó esa sensación de plenitud,
con una mezcla de tristeza, que me da
cuando doy por terminada una historia que
mantenía en vilo mi interés. Llegué a la casa y cuando iba a dormir, estando ya sobre la
cama, me vino la idea de que había escrito la palabra sirvo con b. Con esa idea y el sueño que me anestesiaba me
dormí. Tuve pesadillas toda la noche.
Alguien me obligaba a caminar desnudo por una acera donde paseaban personas que
no me miraban, pero sentía que de alguna forma se reían de mi desnudez. La
maestra Ana Marcos, temida y querida en la escuela, me señalaba con una regla amenazadoramente, mientras
me obligaba a estar de pie frente a una clase llena de perros y gatos en
silencio. Escribía en la pizarra las
palabras mar mar mar,
repetidamente y cuando el renglón terminaba con la pizarra, continuaba en la pared. Al sonar la alarma del despertador bajé las escaleras antes del acostumbrado
viaje al baño y fui directo a mi celular. Estaba bien escrita la palabra. Sentí
alivio. Esa posible falta de ortografía me molestó toda la noche, sacando de mi
subconsciente los temores al ridículo y las inseguridades que me acompañan.
Parece algo tonto e infantil pero creo que en estas pequeñas angustias están
las raíces de los más significativos problemas internos de cada individuo. O
sea, son parte de mis terrores.
Saturday, June 1, 2013
Rompecabezas
Pensando y
pensando navego por varias etapas, las cuales, a su vez no me
llevan a nada concreto, porque usar la mente es como una caja que contiene un
rompecabezas y se desparrama sobre el piso. Las piezas salen raudas sin orden
alguno y se forma el despelote. Uno piensa sobre un hecho y sin ton ni son, se
van ensartando situaciones, recuerdos, ideas y es algo de nunca acabar. Pero en
esta ocasión estoy analizando o más bien exorcizando varias cosas por el
solo motivo de escribirlas y que queden guardadas para consultas futuras.
Bueno, en fin, al grano: he vivido entre dos siglos importantísimos, aunque
supongo que si ahora le preguntara a uno que vivió, por ejemplo, en
el XVII, diría que fue tremendo. Y si me preguntan a mí, para no quedar como un
imbécil, haría saber que no tengo una opinión confiable, porque no viví
en él. Lo que a su vez, demostraría claramente lo ignorante que soy,
porque con buscar en Google el siglo del que hablo, sabría los logros, más o
menos como los fracasos. Entonces, como decía, viví en el siglo XX y todavía
estoy en el XXI. Creo que han sido momentos tremendos para la humanidad. Los
avances se han sucedido uno detrás del otro sin dejarnos el tiempo justo para
adaptarnos y asimilarlos. Todo es rápido, inconstante, fugáz, para dar
paso al siguiente: otro descubrimiento, otro asombro. Como ya dije antes, el
cerebro es como piezas de rompecabezas y no veo relación alguna con lo que
escribo, pero por capricho, voy a dejarme llevar por las ideas inconexas que se
presenten. Recuerdo con cierta nostalgia cuando mi padre me llevó a aquella
hermosa casa en el barrio de Víbora Park para comenzar las clases de mecanografía y
taquigrafía. Aseguraba que podía ser periodista y por supuesto, el
primer paso, era aprender esas dos materias. Me causaron una especie de estupor
los símbolos, rayas, esferas, puntos, comas, que, unidos caprichosamente,
significaban palabras. Jamás aprendí a descifrar ninguna. ¿Y a mecanografiar?, bueno, con dos dedos y mirando
el teclado, podía terminar de copiar un párrafo de veinte renglones en una hora
y media, lo que a mí me parece todo un record. Aquella habitación que la
maestra tenia destinada a las clases, estaba rodeada de viejas maquinas
de escribir y muchachas flacas, gordas, lindas y feas. Yo era el único
varón. Ustedes dirán: que suerte, eso es una ventaja, sobre todo en el plan
Casanova o para decirlo más tropicalmente, el de gallo en gallinero. Todo
lo contrario. Era lo más humillante que me podía pasar. Desde la más bonita a
la más insignificante, eran muchísimas más veloces que yo; como comparar un
auto corriendo junto a una jicotea. Y no hablemos de los dictados de
taquigrafía donde me perdía por laberintos de estupor, terror y palitos y
bolitas sin sentidos. Diariamente aguantaba las miradas burlescas que me
quemaban el cogote, las risitas y la voz cansada de la maestra llamándome
la atención: Marquito, mijo, ¿cuantas veces te voy a repetir que no mires el teclado? Era, en aquel grupo
de estudiantes como el bobo de la fiesta. Nadie hubiera bailado conmigo.
Se convirtió en un suplicio. Me sentí liberado cuando después
de una conversación en murmullos entre la maestra y mi padre, este
decidió que no iría más. Así iba yo por el siglo que me toco vivir. Ese era mi
paso. Dos hombres daban brinquitos en la Luna y yo, en la Tierra no veía
la letra A y buscaba desesperadamente, señalando con el dedo todo el
teclado hasta dar con ella. Pero a pesar de eso, vivía en una época de
avances tecnológicos, comodidades, etc, aunque vedados para mí. Pero pensándolo bien, muchas ideas están sobrevaloradas y no creo haber
perdido gran cosa al no llegar a ser el periodista que soñó mi padre. Y
hablando de sobrevaloraciones, una de ellas es el sexo. La idea sexual en sí
está exagerada y sobrevalorada. No hay mejor sexo que el que no hemos tenido.
Todo lo demás es cómo, que se yo, hacer café. Un día te queda bueno, el otro
aguado, sin azúcar, muy caliente o más bien tibio, y así. Todo lo demás
es imaginación, deseos no satisfechos, pajas mentales. Es incongruente que en
esta época en que vivimos, donde casi todo es tan explicito, existan personas
que por medio de la literatura (¿dije que?) quieran
hacer ver sus maestrías y aventuras sobre el colchón. ¡Es tan aburrido!
Además, seamos realistas, no hay tales fenómenos, ni súper machos ni súper
hembras. Todos llegan inevitablemente al aburrimiento. Estos escritores fálicos
me indican lo que debo hacer en el encuentro de dos cuerpos como si
fueran la maestra de mecanografía. Realmente no dejan de asombrarme. Los veo
tan naíf, tan desubicados en este siglo como yo, cuando incursioné
en la mecanografía y la taquigrafía, con el sueño de mi padre de
que me hiciera periodista. Pero así voy por mi época, asombrado a veces,
asqueado otras y esperando un día detrás del otro y sonriendo, cuando puedo.
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