Sunday, June 30, 2013

La verruga


Ahora que me voy poniendo viejo de una manera acelerada soy más paranoico e hipocondríaco que antes. Hace años vi una película de esas espantosas y que a mí me encantan; en una de las truculentas escenas, una mujer está frente al espejo maquillándose y distraídamente se toca una pequeña protuberancia en la mejilla. Continúa arreglándose, pero se le enrojece y comienza a crecerle un grano de aspecto desagradable. Trata de apretarlo y de aquel pequeño hueco sale un insecto. No es más que un recurso usado hasta el cansancio, pero (y aquí es donde comienza mi película personal) a mí me ha salido también en la mejilla una pequeña carnosidad que cuando la toco la siento dura y... por favor, no piensen que deliro; le he visto pequeñas patas cubiertas de pelos que luchan por salir. Entonces, ¿estoy loco, esquizofrénico, esclerótico? Nada de eso. Soy una persona cuerda, quizás con cierto  grado de paranoia, no lo voy a negar. Esa cosa que tengo en la cara para los demás no es más que una verruga, producto de alguna infección de la piel y la edad. Está bien, vamos a creerlo, no lo discuto. Ni siquiera protesté cuando Mariana me dijo que Serrat tenía algunas y se veía muy bien, y que Robert De Niro las llevaba y era un hombre muy atractivo. Yo, tranquiloquieto, como me dijo un dominicano. La miré como si observara la fotografía de una lavadora de platos en un periódico de especiales del domingo y no demostré nada, porque ya conozco su trampa. En algunas ocasiones que he  tenido algo en la cabeza dándome vueltas, molestándome, y aún con mi silencio absoluto sobre el tema, de repente, como si leyera dentro de mí, me ha dicho:  chico, a ti lo que te pasa es esto y esto y esto... y lo descubre todo. Uno tiene que ir con cuidado, porque la familia es muy poderosa, y si me ponen el cartelito de loco, loco me volveré. Sigo como si todo estuviera bien, dejo ir a Rosy a la piscina con sus amigas, converso con Nani de las aventuras de Carnito, su tigre imaginario, y me siento con Nataly a ver "películas malas", o sea, de puñaladas, cabezas volando por los aires, una mano atravesada por un hierro, etc., que son unas delicias, y nos gustan a los dos mientras los demás en la casa huyen despavoridos para no verlas.  Sigo normal, nadie sospecha de mis terrores, y sigilosamente me levanto de madrugada, que es el momento perfecto, y voy al baño a mirarme en el espejo. Algunas veces no lo veo, solo es esa pequeña y desagradable cosa negruzca, hasta que comienzo a tocarla, casi acariciándola. Al cabo de dos o tres minutos el bicho empieza a salir. ¡No, que no estoy loco, coño!  Saca la cabeza y es como una mosca, pero de un color amarillo transparente. Lo más impactante son las alas, de un azul perlado con varios tonos e intensidades. Sale, roza mis dedos, camina por toda la cara y vuela alrededor del baño. La miro con una mezcla de estupor y miedo, porque creo que tiene una inteligencia muy sutil. Ella y yo, por uno o dos minutos, nos comprendemos mutuamente, y no sé si sabe lo que estoy pensando, o es que yo sé lo que ella piensa, y ninguna de las dos nociones son muy placenteras.  Después de mirarnos fijamente a los ojos, se suicida: vuela en picada como si fuera un kamikaze y se lanza furiosamente hacia las profundas aguas del inodoro.  Movido por un reflejo que es ajeno a mi voluntad, halo la cadena y la observo hasta que se pierde en el remolino de agua. Estoy convencido que la próxima noche se repetirá la misma historia, y otro bicho saldrá de mí como un ser conocido que desaparece sin ninguna despedida. Volveré a la cama sin hacer ningún ruido, como si solo hubiera ido a orinar. Tengo que tener mucho cuidado, porque si me descubren van a pensar lo que no es, y eso es muy peligroso.

Resumen de noticias


Una ley en el estado de la Florida permite usar un arma contra alguien si se siente o está ante una amenaza de muerte. Esa es la base de la defensa de George Zimmerman en la muerte de Trayvon Martin cuando caminaba por un barrio con un paquete de caramelos en la mano. El hecho de que un hombre porte un arma para supuestamente cuidar de una vecindad sin estar nombrado o contratado para ello me parece una aberración. Ya veremos en qué acaba todo esto, sobre todo con la nueva estrella del momento (Rachel Jeantel) que con sus respuestas subnormales le está dando un giro de feria televisada a este caso.
La Corte Suprema determinó que las personas del mismo sexo casadas legalmente deberían tener los mismos derechos federales que los heterosexuales. El mundo cambia, y sentirme inmerso en esos vertiginosos cambios me produce una íntima satisfacción. Me parece magistral que cada día los gobiernos se vayan separando de la nefasta, hipócrita y obsoleta iglesia. Que el Vaticano continúe con su obstinación. Los demás, a otra cosa.
El jugador de los Patriots de Nueva Inglaterra, Aaron Hernández, fue acusado de asesinato. Dos mezclas incendiarias: testosterona e imbecilidad. Porque se tiene que ser muy estúpido para tener juventud, tanto dinero, una brillante carrera en lo que le gusta hacer, tanta vida, y sacar una pistola y matar. Tirar todo a la basura.
El gobernador Marco Rubio declaró que la Ley de Ajuste Cubano debía volver a examinarse. No voy a discutir si dicha ley ha pasado a ser algo caduco por la sencilla razón que los cubanos ahora entran y salen de Cuba más o menos normalmente. Pero Marco Rubio es un personaje que no me va, no me cuadra. Lo miro y veo al muchachito bien puesto, bueno, de esos que siguen la flecha sin desviarse del camino, y a mí no me gusta ese tipo de personas que dan una imagen de correcto y de lo mejor de cada casa. No me gusta Marco Rubio.
Edward Snowden, el informático (o hacker) estadounidense acusado de espionaje sigue estancado en la zona de tránsito de un aeropuerto de Moscú esperando por el asilo que pidió a Ecuador. Hay cosas que pasan que me dejan un escozor extraño. Me sucede cuando apoyo una cosa y la contraparte me resulta congruente, lógica. No sé muy bien o mi información es demasiado austera, pero creo que debe de haber una transparencia en los tejemanejes de los gobiernos, y que se debe de tener total acceso a estar informado y que no nos engañen. Hasta ahí. Pero de la misma forma que creo y apoyo la libre expresión y la libertad absoluta de movimientos, también entiendo que algunas cosas no se tienen que divulgar. Para todo existe un límite. Si este muchacho se introduce en algunos secretos de este país y los saca a la luz y después corre como hizo el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, a refugiarse debajo del sayón de Rafael Correa, me deja un tufo desagradable. Es muy simple: si estás demostrando que nos engañan, no te escondas en la chistera del gran prestidigitador. Si te atreviste a gritar, ahora te toca afrontar las consecuencias. Y tambien el gobierno debe de dar la cara.  

Sunday, June 23, 2013

El barrio: La casa de Argentina


El pasillo era largo y estrecho. A un lado el muro de paredes pulidas, por donde rozaba los dedos sintiendo el frio del cemento, al otro, la cerca desvencijada con las enredaderas de espinas.  Allá, al final, la pequeña casa de Argentina. Me acercaba sintiendo el olor a un tenue perfume de frutas.  La puerta siempre abierta mostraba una sala que parecía una muestra de algún museo; estática, perfectamente limpia, los dos sillones en su lugar eterno, la mesita, y sobre ella dos estilizadas geishas con sus sombrillas rojas, y el televisor adornado con sendos perritos de loza en blanco y negro. El jarrón con flores de tela y la foto color sepia de una hermosa mujer parada al lado de una columna romana. Iba casi todas las tardes a pedir  hielo. Nunca dejé de sentir vergüenza ante el hecho de buscar siempre de lo mismo, pero ella parecía no importarle. Abría el antiguo refrigerador y yo observaba los frascos de cristal ordenados por sus diferentes tamaños, la jarra roja de metal, un plato cubierto por un paño blanco, varias  botellas. Sentía deseos de acercarme y de tocar aquellas cosas que eran tan diferentes a lo que estaba acostumbrado. Esperaba de pie en la puerta de la cocina a que ella remojara la tártara de hielo y con un movimiento brusco, halara la palanca hacia arriba hasta que los cubos   se separaban. Después los dejaba caer en la lata vieja y abollada que llevaba. Gracias, Argentina, era mi despedida aquellas tardes y me alejaba rozando, acariciando el muro y sintiendo el frio y el olor a frutas.
Pero aquella tarde fue diferente. Cuando ya me iba me pidió que me sentara en la mesa.
─ ¿Te gusta el flan con coco? ─ me dijo.
─ Nunca lo he comido.
Abrió otra vez el refrigerador y sacó un flan que temblaba, húmedo. Cortó un pedazo, después encima lo cubrió de dulce de coco y me lo puso delante con una pequeña cuchara.
─Come ─ dijo.
Corté un pedazo y cuando entró en mi boca sentí un sabor que parecía el Paraíso.
─ ¡Qué rico, Argentina!
─ Come, come.
Y comí aquella tarde en su casa.

Nicolas


Trato de reírme con algunas cosas que parecen muy serias. Conozco a varias personas que son serias, que escriben serios, se toman el café de una seria manera, se lavan los dientes y no hacen muecas en el espejo, debe ser estresante. Es verdad, no es broma. No entiendo cómo es que no se cansan. Imagino que cuando llegan a la cama, después de un día tan gris estarán  muy cansados. Por ejemplo, el presidente de Venezuela es un hombre serio. Aunque a veces quiera demostrar lo contrario, todo en el es de alguna manera hiperbólico, importante, definitivo,  como si siempre caminara  cuesta arriba.  Yo  comprendo  al pobre hombre y debo  confesar que en algunas ocasiones me resulta hasta simpático. Es un tipo medio bobalicón y como dirían en mi país un poco bitongo, pero no deja de parecerme como esos gorditos tristes, siempre serios,  que son el trajín de la escuela. El otro, Capriles, es trágico, se le ve en la cara, pero no es de él sobre quien quiero hablar.  Nicolás  es un hombre de convicciones profundas, como si llegara de un monasterio o de las filas de los Boy Scouts y como no viene de ninguna de las dos, lleva el mensaje de su antiguo maestro al que guarda respeto y gratitud por el puesto conseguido con la sombra surrealista  de su temprana muerte. La cara que tenía en la fotografía que le tomaron en Cuba cargando una virgen que le llevaba al Comandante  en el hospital no tiene desperdicio. Yo la vi y me dije: he aquí un hombre de ideas y profundo pensamiento. Después,  cuando el pajarito le cantó, sentí ternura por él, simpatía por el sentido poético que le da a las cosas simples.  Creo que es excelente que el pajarito le de fuerzas para continuar su seria e importante labor. No se puede negar que a un presidente lo aliente una pequeña ave es lo mas poético que  ha existido hasta ahora en política. Yo le aconsejaría que no se tome las cosas muy a pecho. Que siga ahí y aproveche si lo invitan a Francia  o a Brasil, que se entreviste con el nuevo Papa  si total, no se tiene que coger demasiada lucha. Que grite el pueblo, en apoyo o en abucheos, el sabe lo que hace. Se lo indica el pajarito para el bien de Venezuela.


Saturday, June 22, 2013

El gallinero


Reviso apuntes viejos, cosas escritas hace ya un buen tiempo y todas tienen en común la melancolía desmesurada. Algunas chorrean una mermelada espesa que se derrama lentamente hacia abajo. Me alegro  al leerlas y saberlas inservibles y avejentadas. Es inútil luchar por  desprenderse de todo, pero hay que buscar la forma de ir acomodando la basura para  seguir sin que te desmorones y caigas en el hueco profundo de la locura. Un día decidí que había llegado al límite de poder soportarme. Agarre toda esa mescolanza innecesaria que revolotea en mi cabeza y la puse a buen recaudo en otro lugar. Sé donde están, porque no puedo hacer borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada,  pero las tengo bien guardadas. A veces entro a buscar y es como penetrar en  un enorme gallinero y escoger al azar cual de los bichos que allí habitan  se convertirá en el fricase de la tarde. Vuelan alrededor mío haciendo piruetas,  gritando palabras conocidas, tentándome  y huyendo  cuando  trato de atraparlas. Es mejor  si puedo  ir dejando  poco a poco  olvidado lo que me  golpea  y vivir el hoy y si llego a  mañana, pues entonces, aprovechar.  Cada cierto tiempo abro  la puerta del gallinero y lanzo hacia adentro  lo  que me  persigue  insistentemente. Ahora que reviso lo que he escrito, creo que nombrar gallinero a ese lugar imaginario es un poco forzado o no describe realmente lo que quiero decir, pero tiene una oculta relación con mi niñez. Tenía más o menos diez años de edad o tal vez once y me pasaba toda una semana en una granja de presos de mínima seguridad  en Pinar del Rio, visitando a mi padre, que cumplía una sentencia de varios años  y era el cocinero de aquel lugar. En el centro, el barracón donde dormían los hombres, al lado el comedor y detrás un enorme gallinero casi tan grande como las otras construcciones. Cientos de gallinas vivían allí y un día entramos a agarrar algunas para la comida. Aquel preso colecciono pedazos de palos, piedras y entramos. Las aves corrían desesperadas de un lugar a otro y el cacareo y el batir de las alas ensordecían. Vi como agarro un pedazo de tronco y lo lanzo con extrema fuerza  a un grupo. Huyeron todas, dejando a dos de ellas retorciéndose en el suelo, heridas de muerte. Después me insto a que hiciera lo mismo y lancé mi proyectil. Una gallina quedo boqueando, tratando de respirar  aire inútilmente. Sentí rabia, porque la melancolía estaba a mis pies, herida. 

El estudio


No recuerdo donde leí que un grupo de estudiosos (de esos que todo lo que dicen está bien dicho y para colmo le pagan por ello) llegaron a la conclusión después de exhaustivos años de trabajo y esfuerzos, de que todo en este mundo es una mierda. Bueno,  si ellos lo dicen... Yo pensaba casi lo mismo y sin estudiarlo mucho. No, no, no piensen que pretendo compararme con esos eruditos; ¡para nada! Pero modestamente, quiero decir, que ya me imaginaba  que las cosas no iban por muy buen camino. Ellos se sentaron en oficinas muy bien iluminadas, bonitas, vamos a poner un ventanal de cristal transparente donde se disfruta con la hermosa vista  de la ciudad,  y  frente a las más modernas computadoras y tazas de cafés,  escuchando  la música deseada, analizaron, llevaron rigurosas encuestas electrónicas, compararon datos, fechas, países, tipos de gente, costumbres, razas, arte, guerras, trabajos, muertes, delincuencias, calorías,  diversiones, coeficientes de inteligencia y al terminar anunciaron: señores, no tenemos buenas noticias para darles, llegamos por fin a una conclusión lapidaria, debastadora: ¡todo es una gran porquería!. Y así lo publican los grandes periódicos del globo terráqueo,  es el tema de conversación de los intelectuales (los más refinados, porque  los otros  siguen hablando  de cómo le entra el agua al coco o si llegó primero el huevo o la gallina);  se escucha en la radio, se copian las frases  en Twitters, en Facebook y en otros lugares aún  más aburridos. O sea, que el mundo ahora si está consciente de lo que muchos sospechábamos. Todo es una basura.  ¿Y ahora qué? ¿Que me dirá mi mujer cuando le muestre esa noticia y le diga: viste que no soy tan comemierda como tú dices? De solo pensar la cara que va a poner me entran ganas de orinar. Y yo hago un paréntesis y me pregunto: ¿pero nadie se acuerda del gran Enrique Santos Discépolo y su imperecedero Cambalache? Porque ya lo dijo él  hace tiempo entre los gemidos del  bandoneón y una nube de humo promisoria: "que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... En el quinientos seis y en el dos mil también"...Eso no me lo tenía  que decir nadie. Solo con mirar a mí alrededor tengo suficiente. Lo veo en todos lados, en las noticias, cuando me toca pagar la casa, si llamo al mecánico del carro, cuando entro a mi trabajo todas las mañanas, esperando el tren, en la caja del supermercado, cuando palpo la miseria humana, cuando explotan las  bombas. No es noticia. El famoso estudio no sirvió para nada. ¡Que el tango continue!

Sunday, June 16, 2013

Vacaciones


Uno se levanta y mira hacia arriba y siente que a veces vale la pena aunque haya dicho eso tantas veces que ya no tiene una consistencia real. Mira y ve ese color azul y siente el olor y hasta las nubes están ahí y eso es bueno. Se hace bueno de repente, y no se sabe el por qué. Como fue bueno ir por la carretera y ver el mar y los manglares y bajar la ventanilla.  Porque a veces esas cosas son buenas, y uno se pregunta o no se pregunta nada, y así es mejor. Después de viejo estoy descubriendo a Bukoswski. Es extraño. Pareciera que hace mucho tiempo siento un poco como él, y eso me deja con una sensación de pérdida conocida, casi familiar. Hoy es mi último día de vacaciones. El lunes comienzo otra vez a trabajar. Esta semana me he separado de casi todo. No leo nada, no entro a Facebook, y cuando lo hice fue tanto el cansancio, que cerré y hui. El sol y el mar son más interesantes, y los pájaros y las iguanas y las calles vendiendo cosas inútiles y t-shirts con mensajes semi pornos. Llegamos a una pequeña playa salvaje. Unas piedras blancas como leche hervida y la arena amarilla y gruesa. Entre los manglares los mosquitos me atacaron como bestias terribles  que son y tomaron de mí lo que les dio la gana. Qué placer era matarlos, apurruñarlos sobre mi piel y ver las manchas de sangre de esos hijos de putas. Era bueno el mar allí. Fue bueno caminar en el agua y llegar a los manglares y ver los cangrejos huir. También mirar a los muchachos reír y gritar y mojarse. Era bueno eso, como hoy el cielo tan limpio, porque cuando uno se está poniendo viejo ve esas cosas y dice bajito casi sin escucharse: coño, qué poco tiempo para esto. Después los colores y las maderas podridas y las trampas para langostas y los botes y las banderas con caracoles, con los colores del arcoíris que ahora son de los maricones, las cervezas y el calor. El antiguo puente que recuerda al viejo ferrocarril, el mar allá abajo, y la muchacha con la piel tan suave, y mis ojos. Vale la pena, me digo, y como papitas, y destapo un refresco y no pienso ni en el banco ni en  la casa ni en  mi madre. Entro al mar y es frío al principio y después ya no tanto. Agarro a una de las niñas por la cintura y la levanto en el aire y ríe y la lanzo. Los castillos de arena que hago dan pena. Pero llevamos palas de colores, cubos y tratamos todos sin poder. La noche  con otro olor. A veces miro eso. Otras no veo nada. Hoy sí.

Friday, June 7, 2013

La fiesta


La fiesta siempre termina. Es la sensación con la que vivimos y nos amolda, aún sin tener conciencia exacta de ello. Pero ahora,  imaginemos otra  gran fiesta, suntuosa, llena de colorido, risas, alegrías, amistades y gente linda. Imaginémonos inmersos en ella. Me parece maravilloso. Sería el sueño perfecto, el maná que se vertió sobre nosotros. Entonces  observemos otro detalle: en la invitación, con letras muy pequeñas están escritas estas palabras: llame para confirmar su asistencia y aceptar que nunca, por todo el tiempo que existe, usted  saldrá  de ella.  Usted vivirá para siempre en nuestra fiesta. ¿Imaginaron lo que sentiríamos? ¿Llamaríamos  para confirmar  y estaríamos  desde ese instante, eternamente, en la fiesta?   ¿La idea de la fiesta sin fin?   Sería terrible. Saber que no voy a terminar nunca quitaría todo peso a la carga que ahora (por llamarlo de alguna forma) voy a llamar vida. La conciencia de lo perecedero está asimilada en nosotros como el hecho de respirar. Solo por eso las cosas pasan a diferentes niveles y planos existenciales. Aunque a pesar de eso (o por eso) el hombre sueña y desea no morir, vivir eternamente. La religión se apresuró para darnos la esperanza de una vida eterna. ¿Realmente una vida eterna?  ¿No tenemos que morir primero? Por supuesto, no podrían tentarnos con el conocimiento de esta porque vivimos, como dije antes, con la convicción de que perecemos. Entonces, ¡voila!, aquí entra la fiesta, la eterna,   la soñada. Miremos las letras pequeñitas: ¿qué dicen? Ya todos sabemos lo que dirán y exigirán de nosotros esas aparentemente ingenuas palabras. Entonces, concluyendo;  en la fiesta que si  terminará,  en la que estamos, es en la única donde podemos bailar, si bailar podemos, o mirar y tomar, o estarnos sentados moviendo los pies al ritmo que nos tocan. Todo lo demás es sueño.


Tuesday, June 4, 2013

Arte


¿Lee usted el periódico? Esta es una de las preguntas que me gustaría hacerle a una persona escogida al azar. Ahora te pregunto, lector: ¿lo lees tú?  Porque yo sí; es como un mal vicio que se quisiera erradicar pero no se consigue. Con una rápida mirada a la primera página y sus titulares ya sé lo que me espera. Muy aburrido me tienen Maduro y todas las miserias de ese país. El Medio Oriente: bombas hoy, carros bombas mañana, muertos, más muertos. Las boletas ausentes de Miami. Pero esta ciudad sí que es un caso aparte, es alucinante en muchos aspectos, pero sobre todo tercermundista, bananera, incongruente. Los políticos han dejado de darme asco y me producen estupor. Escucho sus razonamientos y no puedo pensar lógicamente. Es como ver a Paulina Rubio dirigiendo la ciudad. Lo ideal sería renunciar a leer el periódico. Pero lleguemos a donde quería: un pequeño artículo que habla del arte contemporáneo muy superficialmente, pero sobre todo de dos integrantes de la generación de los Young British Artists. Uno de ellos es Damien Hirts, quien se dedica en sus exposiciones a poner vacas en formol, animales cortados a la mitad, bichos pudriéndose en cajones de cristal, etc. Y también de Tracy Emin, que parece que su obra más poética es una cama desordenada, rodeada de todo tipo de deshechos acumulados en varias noches de insomnio, incluyendo un preservativo usado. Ahora, esta misma artista tiene en otra exposición un poste de 11 metros con un pájaro posado arriba. ¿Qué podría decir cuando observo estas obras de arte?  No quisiera hacer la misma pregunta de muchos que si es o no es arte. Pero, ¿lo es? En mi modesta opinión, sí. Veamos: ¿y son grandes obras de arte?  Pienso que no. Pero también al afirmar (sin ninguna base o estudio que me respalde), no dejo de analizar si estoy o no equivocado. Es difícil desprenderme de los cánones que han regido mi precaria educación cuando admiro o desprecio una supuesta obra de arte. Por ejemplo: entre las piezas más preciadas de mi colección tengo una talla de la cultura Maya, la cual me parece de una belleza y fuerza extraordinarias.  Para mi madre es un negro bembón que está muy molesto. Por supuesto que su opinión no le restaría ni un ápice a lo magnifico de esa obra, pero ilustra (a mi modo de ver) las diferentes miradas hacia un mismo objeto. Si comparo la desastrosa cama de Emin con El pensador de Rodin, doy por hecho que no hay que dar explicaciones. Pero vamos a sentarnos un momento y tratar de desprendernos de todo lo establecido: La cama es una obra y El pensador, otra. ¿Que una es superior?  ¡Por supuesto!  ¿Que una es el arte en su mayor expresión y el otro es la utilización de lo cotidiano sin nada más que decir?  Bueno, aunque sin ningún titubeo me declaro por una de ellas, no dejo de mirar a la otra con la convicción de que algo me dijo. Me costaría mucho trabajo menospreciar el arte, aun cuando no todo sea de mi agrado. Los ejemplos serían interminables.  Bueno, ¿y el poste con el pajarraco arriba?  Míralo, vuelve a mirarlo, y sonríe. Eso es todo. Hay que tomarlo con calma. Si esto lo hubiera escrito cuando era muy joven, tendría ira, convicciones, apoyo incondicional. Ahora solo buscaría un banco y observaría, tranquilamente, al pájaro en su poste, la cama distendida, y soñaría con El pensador, allá en París...


Sunday, June 2, 2013

Terrores


Soy una persona contradictoria. Me complico con cosas que no valen la pena y les doy dimensiones inverosímiles e innecesarias. Ayer en la tarde, para poner  un ejemplo, escribí algo en Facebook (una tontería irrelevante).  En lo que redacté  estaba la palabra "sirvo". Subí al tren y pude terminar las últimas cinco páginas que me faltaban del libro que estaba leyendo. Me asaltó esa sensación de plenitud, con una mezcla de tristeza,  que me da cuando doy por terminada una historia que  mantenía en vilo mi interés. Llegué a la casa y  cuando iba a dormir, estando ya sobre la cama, me vino la idea de que había escrito la palabra sirvo con b.  Con esa idea y el sueño que me anestesiaba me dormí.  Tuve pesadillas toda la noche. Alguien me obligaba a caminar desnudo por una acera donde paseaban personas que no me miraban, pero sentía que de alguna forma se reían de mi desnudez. La maestra Ana Marcos, temida y querida en la escuela,  me señalaba con una regla amenazadoramente, mientras me obligaba a estar de pie frente a una clase llena de perros y gatos en silencio. Escribía en la pizarra las  palabras  mar mar mar, repetidamente y cuando el renglón terminaba con la pizarra, continuaba  en la pared. Al sonar la alarma del  despertador bajé las escaleras antes del acostumbrado viaje al baño y fui directo a mi celular. Estaba bien escrita la palabra. Sentí alivio. Esa posible falta de ortografía me molestó toda la noche, sacando de mi subconsciente los temores al ridículo y las inseguridades que me acompañan. Parece algo tonto e infantil pero creo que en estas pequeñas angustias están las raíces de los más significativos problemas internos de cada individuo. O sea, son parte de mis terrores.


Saturday, June 1, 2013

Rompecabezas


Pensando y pensando navego por varias etapas,  las cuales,  a su vez no me llevan a nada concreto, porque usar la mente es como una caja que contiene un rompecabezas y se desparrama sobre el piso. Las piezas salen raudas sin orden alguno y se forma el despelote. Uno piensa sobre un hecho y sin ton ni son, se van ensartando situaciones, recuerdos, ideas y es algo de nunca acabar. Pero en esta ocasión estoy analizando o más bien exorcizando  varias cosas por el solo motivo de escribirlas y que queden guardadas para consultas futuras. Bueno, en fin, al grano: he vivido entre dos siglos importantísimos, aunque supongo que si ahora le preguntara  a uno que vivió,  por ejemplo, en el XVII, diría que fue tremendo. Y si me preguntan a mí, para no quedar como un imbécil, haría saber  que no tengo una opinión confiable, porque no viví en él. Lo que a su vez,  demostraría claramente lo ignorante que soy, porque con buscar en Google el siglo del que hablo, sabría los logros, más o menos como los fracasos. Entonces, como decía, viví en el siglo XX y todavía estoy en el XXI. Creo que han sido momentos tremendos para la humanidad. Los avances se han sucedido uno detrás del otro sin dejarnos el tiempo justo para adaptarnos y asimilarlos.  Todo es rápido, inconstante, fugáz, para dar paso al siguiente: otro descubrimiento, otro asombro. Como ya dije antes, el cerebro es como piezas de rompecabezas y no veo relación alguna con lo que escribo, pero por capricho, voy a dejarme llevar por las ideas inconexas que se presenten. Recuerdo con cierta nostalgia cuando mi padre me llevó a aquella hermosa casa en el barrio de Víbora Park  para comenzar las clases de mecanografía y taquigrafía. Aseguraba  que  podía ser periodista y por supuesto, el primer paso, era aprender esas dos materias. Me causaron una especie de estupor los símbolos, rayas, esferas, puntos, comas, que, unidos caprichosamente, significaban palabras. Jamás aprendí a descifrar ninguna. ¿Y a mecanografiar?, bueno, con dos dedos y mirando el teclado, podía terminar de copiar un párrafo de veinte renglones en una hora y media, lo que a mí me parece todo un record. Aquella habitación que la maestra tenia destinada a las clases, estaba rodeada  de viejas maquinas de escribir y muchachas flacas, gordas, lindas y feas.  Yo era el único varón. Ustedes dirán: que suerte, eso es una ventaja, sobre todo en el plan Casanova  o para decirlo más tropicalmente, el de gallo en gallinero. Todo lo contrario. Era lo más humillante que me podía pasar. Desde la más bonita a la más insignificante, eran muchísimas más veloces que yo; como comparar un auto corriendo junto a una jicotea. Y no hablemos de los dictados de taquigrafía donde me perdía por laberintos de estupor, terror y palitos y bolitas sin sentidos. Diariamente aguantaba  las miradas burlescas que me quemaban el cogote, las risitas  y la voz cansada de la maestra llamándome la atención: Marquito, mijo, ¿cuantas veces te voy a repetir que no mires el teclado? Era, en aquel grupo de estudiantes como el bobo de la fiesta. Nadie hubiera bailado conmigo.  Se convirtió  en  un suplicio. Me sentí  liberado cuando después de una conversación en murmullos entre  la maestra y mi padre, este decidió que no iría más. Así iba yo por el siglo que me toco vivir. Ese era mi paso. Dos hombres daban brinquitos en la Luna y yo, en  la Tierra no veía la letra  A y buscaba desesperadamente, señalando con el dedo todo el teclado hasta dar con ella. Pero a pesar de eso, vivía  en una época de avances tecnológicos,  comodidades, etc, aunque vedados para mí.  Pero  pensándolo bien, muchas ideas  están sobrevaloradas y no creo haber perdido gran cosa al no llegar a ser el periodista que soñó mi padre. Y hablando de sobrevaloraciones, una de ellas es el sexo. La idea sexual en sí está exagerada y sobrevalorada. No hay mejor sexo que el que no hemos tenido. Todo lo demás es cómo, que se yo, hacer café. Un día te queda bueno, el otro aguado, sin azúcar, muy caliente o más bien tibio,  y así. Todo lo demás es imaginación, deseos no satisfechos, pajas mentales. Es incongruente que en esta época en que vivimos, donde casi todo es tan explicito, existan personas que por medio de la literatura (¿dije que?) quieran hacer ver sus maestrías y aventuras sobre el colchón. ¡Es tan aburrido! Además, seamos realistas, no hay tales fenómenos, ni súper machos ni súper hembras. Todos llegan inevitablemente al aburrimiento. Estos escritores fálicos me  indican lo que debo hacer en el encuentro de dos cuerpos como si fueran la maestra de mecanografía. Realmente no dejan de asombrarme. Los veo tan naíf, tan desubicados en este siglo  como yo,  cuando incursioné en la mecanografía  y la taquigrafía,  con el sueño de mi padre de que me hiciera periodista.  Pero así voy por mi época, asombrado a veces, asqueado otras y esperando un día detrás del otro y sonriendo, cuando puedo.