Otra vez el carro con problemas.
Hablar con mecánicos, escuchar, aceptar, pagar. Todo termina con ar; que
horror, como vagar, cagar, pero eso es placentero. Excepto desplazarme de un
lugar al otro, todo lo que tenga que ver con mecánica me produce estrés, terror,
abulia. Admiro a esos hombres que todos los días están haciendo algo en el
carro. Más bien los envidio. Como envidio a los que veo corriendo por las
aceras, sudando, cuidando los músculos, el colesterol, la presión de la sangre.
De verdad, no tienen doble sentido mis palabras, ni una crítica
escondida. Literalmente yo quisiera ser mecánico, quisiera ser deportista. También
hubiera querido tener el valor (o la falta de él) y haber usado drogas. Si,
¿por qué no? Me intrigan esos viajes enajenados por las tonterías psicodélicas
que tanto han exaltado el rock, la literatura y el arte en general. Ser, como
dicen en inglés a bad boy. Porque vivir tan bien comportado aburre. Y un gordo
bueno es patético. Y llorón es ya para matar. Bueno, a lo que iba: no se que
tiene el carro. Es algo así como si estuviera tan cansado como yo de toda la
porquería que me rodea y para joder, se venga conmigo, que soy el único que le
presta atención. No quisiera escribir que lo quiero porque sería demasiado
estúpido. Pero sí, quiero a ese cacharrito que ha caminado conmigo por los
laberintos de esta ciudad y también por la maravilla de NY. Ha estado ahí
cuando amantes y erotizados hemos hecho el amor en un callejón solitario.
Cuando iba
a tratar de salvar a
dos de mis nietas y a ese muchacho que no es nada mío, pero maltratado igual.
Este carrito y yo nos conocemos y la vejez nos está haciendo estragos a los
dos. Y es ahora un dolor de cabeza más. Un enfermo a mi vera.
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