El alma de Chávez, convertida en un delicado
y cantarín pajarito, revolotea sobre la cabeza de Nicolás Maduro, dándole
fuerzas he iluminando las ideas del ahora y futuro presidente de Venezuela. El
pueblo que lo escucha, arrobado por sus palabras, enervado por las imitaciones
del canto del ave, sonríe, llora, mira al cielo, recibe la esperanza, se
transforma en la fe a su señor Chávez gestor de la Revolución Bolivariana.
Maduro trina y trina. Maduro pa' presidente con Chávez guiándolo desde el
cielo. En la toma de posesión, vendrá el pajarito y se posara en su hombro. Si
una blanca paloma se poso en el de Fidel Castro, ¿por qué vamos a dudar de esta
pequeña, juguetona y cantarina ave? Ahora, retrocediendo un poco en el
tiempo, recuerdo las pocas veces que vi al entonces presidente en sus
improvisados discursos. En uno de ellos hablaba o coaccionaba al presidente de
EU por algo que no recuerdo (de cualquier cosa, siempre es más o menos lo
mismo) y lo llamaba Pitiyanqui. He visto y escuchado hablar de esa manera a
muchos guapos de barrio, borrachos de esquina, picadores de cabos de cigarro y
tienen en común, el introducir a otra persona que está en el grupo y hacerla de
alguna forma, reafirmar su perorata. Aquella vez, Chávez, después de gritar que
se defenderían del ejército norteamericano que ya estaría desembarcando en Maiquetía,
que los humillaría, los derrocaría, los volvería polvo gringo, llamo a Maduro,
que no lo captaba la cámara, y le pregunto algo como: no es verdad, Nicolás,
dime aquí tu opinión. La cámara busco la cara adormilada y aterrorizada de
Maduro, asintiendo como un "escolar sencillo". Sentí pena por él. No
lo pude evitar. Ahora que lo veo trinar, también siento pena. Comemierda que soy.
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