Saturday, April 20, 2013

Dia 16



Salí del trabajo una hora antes. El más apreciado de mis jefes  me vio partir, observándome, midiéndome, con ganas de romperme el culo. No le dije nada. Hoy no es tu día, pensé cuando me cruce con él. No he roto ningún código, así que chúpate el codo, hijo de puta. Eso iba diciendo o  pensando.  Al momento lo olvide. Si pienso más de dos minutos en ese personaje me enfermo. Llegue justo a tiempo antes de que cerraran, a ese lugar espantoso donde venden todo tipo de trastes para camiones, buses y esas cosas terribles. Pague por una manguera hecha en México $ 54.00. Costó más el envió desde no sé dónde; Tombuctú, Groenlandia, que la misma estúpida y sencilla manguera. Pero el bus que maneja Mariana está parado hace tres días y si no trabajas, no comes. Para mí un motor es algo semejante a un monstruo que quisiera devorarme. Me dan pánico, los detesto. Si fuera rico, no abriría el capo de un carro jamás. Al final puse la dichosa manguera. La apreté bien con unos aros de metal, rellene de antifreeze  el radiador y todo aparentemente normal. Observe, espere, aguante hasta dolerme, las ganas de orinar y me fui a casa cubierto de grasa, contento por haber arreglado el daño y temeroso de que algo no resultara. Si le hubiera pagado a un mecánico $ 200 mi fe seria absoluta. Pero no confío en mi cuando hago esas cosas. Tengo problemas con la fe. Es una palabra que no me gusta. Entonces después de bañado y más relajado, mi hijo Leo llego trayéndome unas flores amarillas y un libro de Christopher Hitchens, Hitch- 22. Alerte antes a mis dos hijos: no  quiero calzoncillos, medias, shorts, linternitas, ni crema de afeitar. Quiero a Hitchens. Ya Tati pidió otro que me llegara por correo. La sensación de recibir un buen libro es casi indescriptible. Soy de la electrónica, de la tablet. Maravillosa. Pero hojearlo, olerlo, pasar las paginas, eso no se compara. Me dijo Mariana que nos hacíamos viejos. En el fondo, respondí, sin tomar en cuenta la depauperación continua del cuerpo, no dejo de sentirme joven. Algo en mi, profundamente mantiene esa sensación. Ella dice sentirse vieja. Yo no pienso así si huele tan rico como el primer día y sus pechos son tibios, blandos para abandonarse sin cautelas. Todavía existen rincones tibios, le digo. Vamos a dormir, viejito, contesta.


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