Thursday, July 4, 2013

Desde South Carolina, con amor.


Alguien en South Carolina se acuerda de mí. Me tuvo presente ayer y logró a mi costa un antojo, suplantó una necesidad, se sintió contento por mi existencia, y sonrió. Y yo sin saberlo, mirando una película muy mala aquí en Miami Lakes.
Alguien marcó mi celular y llamó. Como es normal, no contesté, porque el número me era desconocido. Seguí con mi película muy mala. Volvió a timbrar el teléfono. Esta vez contesté:
─ ¿Hello?
─ ¿Usted es el señor Martínez? ─- preguntó  una voz de mujer en un perfecto y fuerte inglés.
─ Sí, soy yo.
─ ¿Usted usó su tarjeta del banco (no voy a decir el nombre del banco) ayer en una gasolinera? - dijo el nombre de la gasolinera.
Por un momento me vi en el lente de una cámara y la proyección de mi hermosa persona en la pantalla de una computadora en el Pentágono. ¿Por qué en el Pentágono?  Bueno, con la histeria actual de que nos vigilan hasta cuando dormimos, uno no sabe lo que le viene a la cabeza en una situación semejante.
 ─ Si...─ contesté con un hilo de voz; quería pedirle perdón, perdóneme, no lo vuelvo a hacer, quise gritar.
─¿ Después gastó 74 dólares con 36 centavos en el Costco?
Creo que ya estaba gritando o llorando o implorando. Sudaba, la cabeza me daba vueltas, el corazón me latía como cuando todavía podía correr y saltar, como lo puede hacer un humano normal, no yo.
─ Sí... ─ dije aterrorizado.
Mientras tanto echaba para atrás mi complicada computadora cerebral  que me decía que  no había hablado nada tan malo contra el gobierno, que lo que escribo eran mentiritas, boberías para pasar el tiempo...no  por favor, dígales que no me acusen....
La voz femenina me sacó de mi histeria mental:
─ Señor, ¿usted está en Miami ahora?
¡¡¡Ay mami!!!
─ Si...
─ Señor Martínez, ¿usted ha comprado algo en South Carolina hoy con su tarjeta por 600  dólares con 6 centavos?
Sentí un golpe en el estómago.  El terror, en cuestiones de segundos se transformó en rabia, odio, ganas de vengarme.
─ ¡¡Claro que no, si estoy aquí en mi casa!!! ─ chillé.
─ Cálmese, señor Martínez ─ de pronto la voz parecía que me iba a arrullar con cariño, como si me fuera a sentar en su regazo y balancearse en un sillón para dormirme como a un niño.
─ Su tarjeta ha sido hackeada.
─ Pero...pero... ─ balbuceaba yo ─ ¡Pero si no se me ha perdido!
─ Alguien robó  sus datos señor.  Ahora mismo voy a cancelar su tarjeta. Mañana vaya al banco. Tiene que hacer un reschedule de todas las cosas que paga directamente, porque le tomará de 10 a 12 días recibir una nueva tarjeta...
Sudaba.
─ Señor Martínez, ¿está usted ahí?
─ Sí, sí ─ contesté tratando de ocultar mis ganas de matar.
─ OK, señor, ¿alguna otra pregunta?
¿Había yo preguntado algo antes?
─ No, gracias.
─ Good night, señor
─ Good night, thank you.
Y colgó.
Puse el teléfono sobre la mesa de centro. Miré la película muy mala, y en la pantalla unos hombrecitos hacían muecas, corrían, disparaban, pero yo no escuchaba ni los disparos, ni las palabras ni nada. Miré a mi alrededor y vi las paredes, los cuadros de Juan colgados, los de Joel, los de Luis, y eran planos, con colores que pasaban del rojo al negro, después gris, rojo, negro...
Fui al baño. Oriné. Me serví un vaso de agua con mucho hielo. Regresé frente al televisor.  En la película muy mala una mujer abrazaba llorando a un hombre que estaba tendido en el suelo:
─ ¡¡¡Noooooooooo!!! ─ gritaba desesperada la mujer.


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