Sunday, July 28, 2013

La madrugada


La madrugada tiene otra luz. ¿O es la ausencia de ella lo que reluce? Conduzco mi carro. Las sombras se alargan, se crispan un instante muy breve y estallan. Se derraman,  se deslizan  por el pavimento, cuchichean,  se tornan aladas. Los bancos vacíos. Las calles vacías.  El mundo ausente. ¿Dónde está el ruido?  Aquel olor no está. Ahora huele a hierba mojada, a tierra húmeda. Los ojos de los gatos brillan y me acompañan mientras paso. Vivir solo estas horas. Caminar en el silencio.  No hablar. No escuchar música. Ya eso sería la vida misma. El arbol  se contonea suavemente, como animal cansado.  Los colores ocres de lo que era insoportablemente brillante. La ausencia necesaria. El mundo es más pequeño. O menos siniestro. Viviría solo este momento. Después correría a esconderme. Hacerme nada para que no me descubran, no me huelan, no me comparen. Sin señales, sin que requieran de mí. Sin que necesiten de mí. Yo esperando la complicidad, el instante  preciso. No la noche. Eso es distinto. La madrugada sí, el sonido tenue de lo humano. Por lo menos lo que para mí es lo humano. La ciudad se abre y entro en ella como refugiándome, como buscando lo que no encuentro, que es también la ausencia. La luz ahora tiene otro color. Se me muestra y hablamos. Una palabra, dos a lo sumo; más sería innecesario. Miro hacia arriba y me siento pequeño, como si de un momento a otro pudiera desintegrarme, desaparecer; no dejar huella alguna. Algo me golpea. Cae lentamente la luz. Gotea espesa. Amenaza. Huyo.

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