Veo una foto en el periódico de
Mariela Castro con un cartel que dice: Obama, give me five now!, rodeada de
unas personas disfrazadas grotescamente. Después comprendo que era una especie
de parada gay en La Habana. Me resultan graciosos. No voy a hablar de la política
de la isla, porque de eso ya se encargan los cientos de blogs de las dos
orillas y realmente, me aburren. Pero lo que sí es implacable es el tiempo. Ese
nos sitúa en el lugar que corresponde, aunque nos pasemos la vida
huyendo de él. Leo las noticias pero cuando mi mujer por alguna razón
deja de mirar Food Network o las novelas brasileras y de pronto soy el dueño
del tv, corro a mirarlas. Ya no se habla de Fidel Castro. Cuba paso de
moda. Creo que si salgo cuatro millas de Miami, podría vivir por meses sin
escuchar nombrar a la isla y a su gobernante. Porque no es Raúl el que
gobierna; ese país lo gobierna el mito. Aquí en esta ciudad es donde viven esos
personajes. Es aquí donde se les exorciza, se les recuerda, se les tiene en
cuenta. Yo, con poder haría parques, malls, avenidas, restaurantes con los
nombres de todos ellos: Fidel Castro Park, Restaurante Revolución,
platos típicos: ensalada Mariel-Camarioca, frijoles a La invasión de
Cochinos, Tostones Rellenos a la Escuela al Campo, calle 103 de Hialeah:
Avenida Asalto al Moncada, Camilitos Scouts y así sucesivamente. Total,
si se vive amándolos, ¿por qué no darles algún crédito? Yo he criticado a los
ingleses (un pueblo que considero inteligente) por su adoración a la Reina y
toda la parafernalia que la rodea. Con mi cerebro tropical, tomándome una
cerveza debajo de una mata de mango, no lo entiendo. Pero nosotros somos
iguales (bueno, bueno...) que los ingleses en eso de amar al jefe. Fidel Castro
es amado. ¿Odiado también? Por supuesto; pero ¿que es el amor sin su cuota de
odio? Yo me imagino a ese señor levantándose en las mañanas y pidiendo el periódico
(lo veo a la antigua, con el papel escrito) y separando los periódicos del
mundo entero, solo buscando El Nuevo Herald. Allí se lee. Ególatra como es, no
concibe la vida sin protagonismo. ¿Y donde más lo nombran?, en ese periódico y
Diario de las Américas. Sera triste para él. El olvido es su mayor tortura. Que
su última imagen sea la de ese esperpento vestido de Adidas, mostrando como
mueve los brazos o escribiendo sobre los beneficios de la moringa, es la
Historia matándolo. La Historia absorbiéndolo. Es como si en su viaje final,
para joder, lo vistieran de payaso. Esa imagen del hombre impetuoso, con el
tabaco y la pistola al cinto, siempre de verde olivo, siempre preparado para la
guerra no existe más. Es como el destino de la legendaria imagen del Che: ya no
se sabe muy bien que tiene que ver ese hombre melenudo con la cerveza o si es
una marca de ropa. Quiéranlo o no, Mariela Castro representa la época en que
vivimos. Vestida de las mejores marcas, compradas en boutiques de Europa, sonríe
mientras miente convincentemente. Está situada en esta época. Ella si esta
"arriba de la bola, arriba de la bola".
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