Hoy asistí a un espectáculo que podría llamar
triste, aunque esa no sería la palabra correcta; ¿miserable?, creo que es más
apropiada. Fue el último día de labor de uno de los personajes siniestros de mi
trabajo. Si no me equivoco lleva trabajando con esta compañía por más de
50 años. Recuerdo algunas anécdotas sobre él. Todos lo desprecian de una forma
u otra. Era los ojos y los oídos de los grandes. De los que tienen el poder
para joderte la vida. No hacía nada más que mirar, observar y transmitir.
Un día me llevo a la oficina. Dijo que lo trate mal. Delante del jefe mayor lo
obligue a que repitiera lo que le había dicho. No pudo. Was in spanish, dijo.
Entonces ¿por qué tú dices que te trate mal si no entiendes español? Todo quedo
ahí. Me había cagado en su madre, pero con el idioma de Cervantes, que suena más
profundo. Nos acaban de reunir en la cafetería. Los grandes (incluido el dueño)
trajeron pizzas, un cake y lo tiraron al ruedo para las palabras de
despedida. Él era el orador de las fiestas, las comidas. ¡Oh Lord, gracias a
(nombre de los dueños) y a Jesús!... y llanto y mocos y gracias y mas, y llanto
otra vez... Yo por mi parte le pedía a mi cerebro que jamás me permitiera
protagonizar un espectáculo semejante. Manos alzadas al cielo, ojos anegados.
Que no permita un momento así en mí. Y mi cerebro me contesta: ¡ssshhhhh!..cállate
y escribe un post. Abrazos a los grandes, gritos de ¡Amén! Siento pena y asco.
Termino su ciclo. Termino el show. El siniestro actuó espectacularmente en la
retirada. Y me
regalo un relato.
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