Julio era el zapatero del barrio y le
llamaban El manco. Se molestaba mucho cuando escuchaba ese epíteto, nombrando
de alguna manera su brazo derecho, malformado. Vivía en un cuartucho en el
patio de mi casa, sin baño ni cocina y su único adorno era un recorte viejo de periódico
con una fotografía de Janis Joplin vestida de hippie, tocando una guitarra
enorme. Estaba peleado a muerte con mi madre, el abuelo y todos los demás
familiares que vivían en su entorno. Conmigo tenía un trato diferente. Conversábamos
mucho. Me hacia cuentos de sus triunfos con su brazo izquierdo, de como había
derribado de una sola trompada a varios tipos por burlarse de el o abusar de algún
animal. Tenía varios perros. Repartía latas en diferentes casas para que
le guardaran las sobras. Lo veía todos los días cargando alguna de ellas y compartiéndolas
entre los famélicos animales. También su propia comida. Julio casi no
hablaba con nadie. Cuando llegaba un cliente a traerle unos viejos zapatos para
arreglar lo despachaba a monosílabos, con cara de pocos amigos. Me pasaba las
horas con él en su cuarto, viéndolo martillar, cortar y arreglar zapatos sobre
su viejo yunque, mientras me hablaba y contaba historias. Actina también
era su preferida. Cantábamos canciones de Serrat, Nino Bravo y Camilo Sesto
y el hacía de juez. Siempre ella ganaba. Pero después a solas me dijo un día
que yo cantaba mejor una canción de José Tejedor. A Julio lo seguían todos los
perros del barrio. Iba caminando y una jauría de ellos corría a su alrededor.
Recuerdo el día que mi madre le dio porque tenía que eliminar a todos los
animales de la casa. Comenzó a tirar las cosas, a maldecir y gritar como
un loco, golpeaba las paredes con su brazo fuerte y se le salía la saliva
de la boca. No tengo memoria de como el problema se calmo pero
al final solo tuvo que deshacerse de dos o tres que estaban muy
enfermos. Se puso así también cuando cortaron la mata de mangos que crecía
junto a su cuarto. Y de la misma forma protestaba cuando alguno se subía en
ella a tumbar las frutas. Actina se llevaba comida de su casa para
que el comiera y yo hacía lo mismo cuando podía. Le robaba cigarros a mi
abuelo y le llevaba café. Ahora que yo también soy casi un viejo,
comprendo cómo nos separaba de todos los demás y éramos, de alguna forma,
la familia que nunca tuvo. Después lo olvide. Llegue a este país y desapareció
de mi memoria. Jamás le envié nada, ni siquiera una carta. Lo hice con
gente que no tenía que hacerlo. Una tarde hablando con mi madre le pregunte por
él. Le botaron todos los perros y se enfermo. Alguien se acordó
al cabo de los días y lo encontraron en su camastro, muriéndose.
Creo que Actina lo cuido en el hospital hasta que murió una mañana. Después
derrumbaron su cuarto, tiraron todas sus cosas y el recorte del periódico
con la foto de Janis Joplin tocando aquella guitarra desapareció entre toda la
basura. Recuerdo hoy su brazo fuerte como un tronco de árbol, que era su
orgullo. Sus perros que lo seguían a todos lados, sus mugrientas latas de
comida y su mano deforme agarrando una puntilla, sobre la suela de un zapato.
Pero no recuerdo su voz y su cara se va distorsionando en una neblina que lo
abarca todo inmisericordemente.
Muy bueno, Marco. Sencillo, humano.
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