Acabo de ver una película. Sudo la película.
Esta aquí adentro y las imágenes se suceden. Y el paisaje árido y las rocas y
la tragedia y la guerra. Una canción como un lamento, desgarradora. La historia
de Nawal Marwan. Su vida en El Líbano, en Canadá. Dos hijos de ella en la búsqueda
de un hermano y de su padre. Búsqueda terrible. Descubrimiento de la miseria de
los hombres, el tremebundo olor de la guerra. La guerra y el odio mezclados y
lanzados por las bocas de los fusiles, las bombas, la muerte. El hilo que
enlaza el odio y que no tiene fin. Con la muerte no termina una historia. Se
abren brechas por donde se camina con los ojos cerrados y las manos queriendo
agarrar lo que se encuentra delante, el dolor que se descubre, el dolor
aun mayor. Vidas marcadas por el odio embrutecedor y religioso, por las
miserias de los humanos, por el sinsentido de la vida. Incendies se llama la película.
Esta aquí adentro. Cine que se queda. Película que comienza cuando en la
pantalla se lee la palabra Fin.
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