Sunday, November 25, 2012

El barrio: El isleño

                                                            fotografia: Geysa Chirino

Hubo una vez un hombre que tomo un barco y cruzo el océano. Desembarco en una ciudad que lo deslumbro desde el primer instante de pisar su suelo. Ese hombre vino de una isla y llego a aquella otra isla y el olor a frutas a frijoles negros a negras y el aire lo hicieron creer que al fin toco puerto en su destino final. Y el hombre camino y miro y escucho y vio los colores y los pájaros y comió tamales y carne de cerdo y se dispuso a trabajar que era lo único que sabía hacer. Y tomo en sus manos un martillo y un  serrucho y una pala y un cincel y le dio forma a la madera y pavimento la tierra y clavo puntillas como aferrándose a ese destino deslumbrante que le había dado en el rostro. Cambio las alpargatas por zapatos y tocaba el acordeón cuando la nostalgia lo enfermaba. El hombre conoció a una mujer que no sabía leer ni escribir y construyo una casa. Con maderas rescatadas levanto el techo y pinto las paredes de color naranja y armo un portal como un ajedrez en blanco y negro. La mujer supo parir y pario una hija y después otra y otra, que crecieron junto a las maderas,  las herramientas y los caracoles que acumulaba en un misterio indescifrable. Y un día el hombre comenzó a levantar una construcción extraña junto a su casa y surgió un castillo que cubrió de caracoles, de santos y vírgenes y campanas donde anidaban los pajaron del verano. Después ese hombre cuidaba su capilla y pedía arrodillado a sus vírgenes y el barrio entero venia a postrarse humilde y miserable  porque pedir era la única esperanza de los que no tienen esperanza. Y llegaban las ofrendas, las flores y los tabacos y los pájaros se iban de los nidos y arribaban  otros pájaros y hacían otros nidos. El barrio cambiaba y las hijas del hombre traían hijos y maridos y el hombre solo frente a la virgen, recordaba a la mujer que nunca supo escribir su nombre y dejo aquel espacio imposible. Entonces el tiempo se fue escurriendo traicionero y pertinaz por entre los muros y surgieron las primeras grietas, a las que nadie presto atención, porque los dolores cotidianos no dejaban espacio para caracoles y de las vírgenes se acordaban cuando todos los otros remedios eran  inútiles. El hombre dejo de ser hombre para convertirse en un viejo y la mente a irse por caminos de otros mares y fue un niño y fue la nada hasta que un día durmió debajo de  la tierra que lo deslumbro y nunca más dejo. Entonces de el quedo aquella capilla cubierta  de caracoles que se desprendían y caían al suelo precipitándose a un fin inminente y solitario. Y las hijas y los hijos de las hijas y los maridos de las hijas fueron desparramándose por lugares de este mundo y la capilla solitaria se fue resquebrajando, se fue muriendo como un gigante herido y solo, con  nidos viejos y vacios. Y cuentan los que todavía pasan por allí, que algunas paredes aun resisten el embate del tiempo y la desidia de los que no les importa nada. Dicen que las vírgenes desaparecieron y que el barrio olvido que hubo un tiempo que les pedían a ellas en sus  ultimas  esperanzas  y sus miserias. Dicen también que junto a las paredes que aún quedan construyen casas donde se hacinan gente desconocida y sin memorias. Eso es lo que todavía queda de aquel hombre que un día cruzo el océano. Del que dejó su isla y llegó a otra.


8 comments:

  1. Super hermoso Marco...que lindo leer lo que acabas de escribir y que forma tan linda de hacerlo...Gracias por dejar que disfrutemos de algo tuyo que en esta historia,tambien es algo mio...

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  2. Imposible no echar de menos una isla. Bonita historia

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    1. Gracias Ximo. Es un poco la historia de las dos orillas.

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  3. Que historia tan conmovedora,la verdad marco eres un genio narrando...siempre logras que tus lectores lloren o se rian o se aterrorisen con cada cuento que escribes,eres un maestro..!!.
    adi

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  4. Precioso. Muy poético y conmovedor.

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