Saturday, April 6, 2013

5 de Abril

No me gusta Neruda, pero de que hay días lúgubres, los hay. Hoy podría  haber sido un día agradable. Llueve y ya ese hecho por sí solo, suele acercarse a la poesía. La temperatura esta  agradable y para colmo, es viernes. Estoy estrenando un teléfono maravilloso, donde escribo todo esto y  que,  ¡oh milagro! también hace llamadas. Pero las cosas, a pesar del cuidado que uno tenga,  van por su lado y uno por el otro. En el trabajo hoy tuve que estar el día entero en un departamento que no es el mío. Allí trabaja un  hombre negro, norteamericano. Casi no nos hablamos. Creo que piensa que soy como una especie de competencia para él. Me mira como a un intruso en su terreno. Además no hablo de fútbol. Tiene una  radio prendido  a todo volumen con la música que  ellos escuchan. ¿Han escuchado esa música? No de pasada, por minutos, horas y más horas. ¿Les ha sucedido eso a alguno de ustedes? Si así fuere, lo siento mucho. Antes creía que las torturas chinas eran eficaces, constantes y lentas para la desesperación. Ya no pienso igual. Me equivoque. La peor tortura es la  radio en mi trabajo a todo volumen. Son esas voces, esos sonidos monotemáticos, agudos, constantes. ¡Ay!, no reconozcas lo que dicen. Seria aun peor. Afuera la lluvia cayendo y yo tratando de recordar una pared húmeda, supurante y la esquina donde esperaba y la música y la música y la música. Yo caminando evitando los charcos donde se reflejaban los techos de tejas rojas y la música. Una silla rota y un perro durmiendo, ajeno a la algarabía de los niños jugando y la música, la música. El olor de las gavetas de la vieja cómoda y la música. Pruebo diferentes sonidos del teléfono. Algunos son como la música de la  radio. Escojo el de siempre. Llueve y parece la esperanza.

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