Wednesday, August 29, 2012

Ana



Dice mi madre que me cagué cuando me sacaban de su vientre. Puede ser verdad, siempre he sido un cagón. A consecuencia de eso y la infección que cogió, no pudo tener más hijos, y así me crié solo. Esa fue mi primera victoria hacia la independencia total.
Nunca me gustó jugar con otros niños, y cuando me obligaban a hacerlo, me apartaba, jugaba solo con mis cosas, y si alguno se acercaba, gritaba, los golpeaba o mordía. Creo que únicamente mi madre me quería un poco, porque mi padre desapareció de la casa después que me cargó en sus brazos solo una vez y no pudo dormir por tres días seguidos. Al cuarto, salió de la casa y no supimos nada más de él. 
Madre hay una sola, padre puede ser cualquiera, decía mamá, y si ella lo decía, tenía que ser verdad. Cuando comencé a ir a la escuela me busqué muchos problemas por mi forma de ser. Comenzando por la maestra, pasando por el director y los compañeros de clase, todos querían que me comportara como ellos, que fuera amigo de los otros alumnos, que participara en sus juegos estúpidos, y nada de eso me importaba. No entendía, como no lo entiendo ahora, por qué las personas quieren que uno sea como ellos. Rápidamente llegué a la conclusión de que debía ceder en uno o dos detalles para poder pasar por ese período sin que me jodieran tanto: respondía a todas las preguntas de la profesora, hacía las tareas puntualmente, y en los exámenes era el primero en terminar; cuando los muchachos formaban alboroto, permanecía callado y tranquilo porque era la única forma de librarme del castigo que se avecinaba. Por lo menos, con la maestra evitaba algún problema mayor.
 Logré ser el alumno más aventajado de la clase, porque todo lo que tenía que estudiar era tan tonto, tan obvio, que me sorprendía al ver cómo los otros muchachos pasaban trabajo con los sencillos problemitas de matemática o para recordar alguna cosa de otra asignatura.
Así llegué a la secundaria. Mientras todos se juntaban en hordas vociferantes, yo seguía apartado, sin preocuparme en lo más mínimo por las muchachas, ni por sus culos, ni por sus tetas, que era todo lo que a los otros les comía el cerebro. Era de lo único que sabían hablar, y por ese motivo abría mi boca solo lo imprescindible para que no me tomaran mucha rabia, cosa muy peligrosa cuando están en manadas y se sienten fuertes.
 Pasé la secundaria sin muchas historias para recordar. Después el pre-universitario y llegué a la universidad con las mejores calificaciones.
Allí comenzó otra etapa de mi vida. Realmente tan simple como las demás, pero teniendo que preocuparme por mi madre, que envejecía y necesitaba cada día más de mis cuidados. No me desesperé, tomé las cosas con calma y la ayudé en lo que pude, pensando que de alguna manera ella fue la única persona que hizo algo por mí. Calculé el tiempo que todo este trastorno me llevaría. Era algo que tenía que pasar, y pasó.  Mamá murió, y me vi libre de consultas de médicos, hospitales, pastillas y quejas constantes. Recuerdo que me preguntaba cuando regresaba del entierro si de veras me importaba algo, o mucho, o si pasaba a ser alguna etapa natural por la que tenía que transitar, como tantas otras cosas. No llegué a una respuesta definitiva.
Comencé a transformar la casa en un lugar habitable para mí. Regalé todas las pertenencias de mamá; a los vecinos insoportables  y entrometidos les entregué varios de los muebles que no iba a necesitar, el noventa por ciento de los trastes de cocina que ella acumulaba y que no sabía ni para qué se podían usar.  Regalé adornos, muñecos horribles, cuadros con paisajes aburridos, lámparas innecesarias, y al fin todo quedó como a mí me gustaba. A una vieja que hablaba con mamá le regalé la jaula con los canarios, y no entendí muy bien lo que me decía llorando y queriéndome abrazar. El contacto físico con otras personas me molesta y me repugna.
 Al fin la casa casi vacía, con los trastes estrictamente necesarios, y todo quedó perfecto. Con las fotografías, tuve mis dudas. Flaqueé un poco ante los álbumes que mamá guardaba con tanto esmero. Miré, las revisé todas, observé con calma a los familiares desconocidos, reconocí a algunos, y vi en ellos algunos rasgos míos. Tenía muchas fotos  de mi padre, mi padre cargándome cuando acababa de nacer, mi padre montando a caballo, mi padre embadurnado de aceite cerca de un carro, mi padre besando a mi madre, mi padre con un perro horroroso que miraba con mucho cariño. Todas las boté. Eran un estorbo y las tiré al latón de la basura. Solo conservé algunas de mamá, pocas.
Y desde ese momento vivo solo. Gano mucho dinero por hacer algo que me parece muy estúpido, que estudié porque no tenía otro remedio, y además calculé que para vivir sin que me jodieran tenía que tener una solvencia económica para no depender de nadie ni tener que pedir, que es lo peor y lo más frustrante. Sin saber muy bien por qué, me he visto impulsado en mi trabajo a cargos mayores que nunca había deseado ni hecho nada para merecerlo.  Soy cuidadoso con mi vestuario no porque me interese, sino porque no se puede imponer respeto con una ropa barata. Pienso que los que están debajo de mí deben de estar convencidos de que están en esa posición.  Los hombres y mujeres que tengo a mi cargo en el departamento que dirijo me respetan y obedecen las órdenes que imparto. Eso creo. La verdad es que no me interesa lo que ellos piensen o dejen de pensar sobre mí. Sigo las reglas y las hago cumplir, porque es lo que tengo que hacer para mantener mi estatus y ganar lo que gano. Ellos pueden quedarse, irse, o explotar, y me importaría un bledo.  Con una palabra amable, una sonrisa mínima y la distancia necesaria, saco de todos ellos lo que quiero y se sienten más cómodos en sus puestos para rendir una mejor labor.
  Solo a María, mi secretaria, le permito ciertas intimidades, como contradecirme en algunas cosas, faltar a trabajar si me miente diciendo que su hijo está enfermo, que se demore algo más de lo estrictamente necesario cuando sale a almorzar; porque es con ella, una o dos veces al mes, que nos vamos a mí casa y nos revolcamos un poco. Después se va por el mismo camino y yo, tranquilo, aliviado de su presencia, que no deja de ser molesta al cabo de un rato.
Hoy cumplo 41 años. Estoy frente al espejo. Todavía me veo joven. Soy delgado, el estómago plano, buen plante en general. Algunas canas sí, pero nada de qué preocuparse. ¿Y por qué me preocupo? Vivo como siempre quería. He podido apartar a todos los que han tratado de remover mis cimientos; puse barreras ante las cosas que pudieran hacerme molestar, ante todo lo que no me importaba. Y aquí estoy, recordando a Ana.
Desde el mismo instante que la vi parada en el umbral de mi puerta, el bombillo rojo de la alerta se prendió.  Ana = problema = alerta roja. ¿Quién era Ana? Ni yo mismo lo sabía. Creo que tampoco ahora lo sé.  Ana es... una mujer que tocó a mi puerta y abrí. Con un torrente de palabras que me aturdían y que comprendí a medias me explicó de dónde venía, cuáles eran nuestros lazos familiares, y que llegó a mi casa porque no tenía a nadie en esta ciudad,  que  "venía a hacerse alguien", y que "no me molestaría en lo absoluto". Aturdido por su verborrea interminable, creo que entendí que era hija de un medio hermano de mamá que jamás había conocido y que nunca estaría interesado en conocer, y la dejé dormir en el sofá de la sala.  Encabronado y hablando solo, subí a mi cuarto y clausuré la  puerta por primera vez en mi vida. No pude dormir. Saber que Ana estaba abajo me molestaba, sentía que en algo me equivocaba.
Cuando bajé para ir a la oficina ella todavía dormía. La mochila que trajo a sus espaldas, tirada con descuido y abierta, la ropa desordenada en el suelo y sobre una silla. Con cautela me acerqué y la observé. Dormía de lado, abrazada a un cojín, y el pelo sobre la cara le daba un aspecto juvenil y algo descuidado. Un brazo le colgaba fuera de las sábanas, y vi cómo en la muñeca  llevaba varios brazaletes de cuero y algunos de telas de colores. Los labios entreabiertos se estremecían por instantes como si soñara.
 Mientras me tomaba el café, volví a mirarla y decidí que cuando regresara del trabajo hablaría con ella y conversaríamos sobre el   momento en que tendría que irse. Así me fui más tranquilo. Haber llegado a esa conclusión me daba la seguridad de que no perdía mi rumbo, de que todo estaría como siempre he decidido.
Pero volví y no le dije nada. Ella caminaba por la casa como si todo el espacio le perteneciera, y yo la observaba disimuladamente, entre molesto e intrigado.  ¡Cómo hablaba! Todo el tiempo me contaba cosas, me contó de su familia, de "nuestra familia", así decía, de dónde vino, de sus estudios, de sus deseos, habló  de películas horribles que a ella "la volvían loca", porque parece que todo la "vuelve loca". La música que le gusta "la vuelve loca", la comida de aquel restaurante "la vuelve loca", el desprecio de aquel novio "la volvió loca". Loco me estaba poniendo ella a mí.  Respiraba su perfume por todos lados, la casa entera olía a ella, veía sus cosas en desorden y trataba de controlarme.
Comencé a calcular como hago en todos los trances de mi vida, y me dije que esto también sería pasajero, un tiempo prudente para ayudarla a tomar su rumbo, y Ana.... puedes tomar tus cosas y adiós. Así sería.
Pensando de esa manera, pero alterado, confundido, dupliqué los encuentros con María, que estaba encantada de ir conmigo a diferentes moteles, ya que mi casa había sido tomada por Ana... esa loca. Pronto tendría que irse con su risa y con su pelo y su olor y sus colgajos y sus zapatos estrambóticos y su música y sus comidas horribles. Si, tendría que irse, me decía a mí mismo mientras embestía como un animal salvaje a María, que gritaba de placer y decía que me amaba y que dejaría a su marido para estar conmigo nada más. Pero eso lo decía siempre que iba a llegar al clímax, y ya no me preocupaba;  que dijera y gritara todo lo que quisiera, la muy puta.
No recuerdo en qué momento comencé a vigilar a Ana. Creo que nunca se dio cuenta de nada porque vivía en su mundo personal donde todo fluía sin el menor tropiezo. Parecía no preocuparse por nada. Alegre todo el tiempo, llegaba con su torrente de palabras tarde en la noche, y sin sospechar por qué aún estaba despierto, iba a la cocina, se preparaba una ensalada, unos huevos cocidos y con la boca llena, hablaba y hablaba sin esperar  respuesta alguna, sin preguntar nada de mí, sin interesarse para nada de lo que era mi vida.  Ana y su mundo. Yo y mi mundo, y Ana.
Llevaba una agenda con sus salidas, sus llegadas. Las comidas que hacía en casa, las horas del  baño, la ropa sucia acumulada, revisaba sus panties buscando algún rastro, miraba en su cartera, contaba su dinero, le saqué fotocopias a la licencia de conducir, a su Social Security. Trataba de escuchar sus conversaciones telefónicas. Me levantaba a hurtadillas para verla dormir. En algunas ocasiones hui de la oficina con cualquier pretexto para pasar por algún lugar donde pensaba que ella podría estar;  besaba sus zapatos, su almohada, revisaba sus perfumes, me lavaba los dientes con su cepillo dental con  la sensación de que el suelo se me movía a cada paso, de que el descontrol era imposible de controlar.
Esta mañana, después de templarla enloquecidamente, le dije a María que no íbamos a vernos más como amantes.  Lloró, gritó, me dijo maricón, me golpeó en la cara, pero ni una pestaña se movió en mi rostro. Me sentí dueño del control de mi vida, como antes. Inventaré alguna situación para poder despedirla y después respiraré más aliviado. Volveré a ser lo que era... No más el estorbo de una secretaria histérica y peligrosa. Todo otra vez en su lugar… ¿y Ana?
Volvió a mi memoria como un garrotazo en plena nuca. No sabía qué hacer. No sabía si decirle o callar. Ante ella no sabía nada. Su sola presencia me anulaba. Todo por lo que había vivido, todo lo que había controlado, construido, organizado, se derrumbaba ante la barahúnda de su paso por la casa. Porque Ana siempre estaba de paso. Ana era imposible de retener. A esas conclusiones llegaba mientras un sentimiento extraño me invadía y me descontrolaba.
 Esta noche le hablaría, no dejaría más alagar ese momento. Todas las horas que pasé en la oficina las gasté pensando en lo que iba a decir imaginando cómo iría a reaccionar. Ana, Ana, Ana. Su nombre se repetía en mi mente. Control.  Hoy sería el momento, decidí una vez más para darme ánimo.
Llegué a casa. Ana me esperaba en la sala con la mochila en el suelo, dos bolsas junto a ella, y del mismo modo como me habló todo este tiempo, sin esperar mi respuesta o preguntarme alguna cosa, me dijo, más bien me disparó a la cara, que se iba, que ya había encontrado un lugar donde vivir con un muchacho que conoció, y dándome un beso en la mejilla, abrió la puerta y se fue.
No sé cuánto tiempo quedé en la misma posición, sin mover un solo músculo, mirando atontado hacia la puerta cerrada. No recuerdo si dije algo, si pensé en algo. Solo recuerdo que corrí una silla que estaba salida de la mesa del comedor, y que después subí a mi cuarto.
Todavía con el golpe de la puerta al cerrarse en mis oídos, estoy frente al espejo, observándome, pensando, desistiendo, tratando de llevar hacia un plano pasado la invitación por mi cumpleaños que iba a hacerle a aquel restaurante " que la volvía loca ", la película horrible "que la volvería loca ", y calculando cuánto tiempo me tomará para que las cosas sean como antes, para que el suelo vuelva a ser firme, y pueda comenzar el proceso del olvido de Ana.

 Agosto 28, 2012

9 comments:

  1. ...estuve a punto de scroll down para leer el final, llegue a la desesperacion con esa senorita dando vueltas por la casa y usando tu espacio..estuve a punto de odiarla! pero llegue al final del cuento y senti un profundo alivio...estoy mas tranquila!!! me alegro que todo terminara bien, la recuperacion sera corta...lo prometo...Dely

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  2. Sentí los mismo que Dely, pero siempre sospeché que tambien te ibas a volver loco, por ella. Sentí con su partida que se escurría, con su partida, lo que iba a ser tu vida despues de esa cena de cumpleaños. Muy bien logrado Marco. Joel Nunez.

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  6. Ana llego a ti para q descubrieras sentimientos propios q jamas pensastes tener...pienso q fue un toque q te dio la vida para demostrarte q en verdad hay mucho mas en la persona q describes......en toda esta narracion se cumple el dicho de polos opuestos se atraen.....gracias marco por darnos un pedasito de tanto talento....
    adianes.

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