pintura: joel nuñez
Soñé que cortaba animales.
Así, literalmente, los cortaba con una cuchilla afilada y el cuerpo
cercenado caía como la nieve que vi por primera y única vez en Atenas;
despacio, con un ritmo lento que no dejaba de tener cierta belleza. No había
horror en aquel acto. No me espantaba ni me agradaba. Cortaba a los animales,
un gato, un perro, una lagartija muy verde y ellos no intentaban huir. Me
miraban con ojos de bondad y yo sentía un amor infinito por esos cuerpos
que se entregaban a mí tan delicadamente. Era yo y al mismo tiempo un hombre
hermoso que no conozco. Veía mis manos que eran las mías, pero en un cuerpo que
no me pertenecía. Aquel hombre delgado, joven, dirigía mis manos que separaban
en dos a los animales y mientras trabajaba con la cuchilla me
preguntaba por qué hacia todo aquello, si nada de eso me importaba, más
bien me daba igual.
Después estaba en un pueblo al
que había llegado sin saber cómo y caminaba solitario por las calles
mirando una serie de estatuas, algunas ecuestres, de una belleza
que me aplastaba. Las figuras se alineaban a lo largo de una especie de terraplén
o algo parecido a un parque desolado y sentía el silencio que se metía en mi
cabeza y me hablaba y me recordaba que tenía que volver. Entonces volver era
desesperante, porque no sabía cómo hacerlo. No encontraba el lugar por donde había
llegado, no recordaba como volver. No sabía a donde tendría que volver. Corría
entre las estatuas y algunas se movían a mi paso y me observaban desde sus
alturas. Yo preguntaba a nadie como hacía y no entendía las respuestas. Volver
era imprescindible, pero no sabía a donde.
Eso soñé.
Me gusto este blog. .... xoxo Tati
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